
Manetero forero de tercera clase
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Registrado: 29 Jul 2011, 15:33
Ubicación: Rota-Cadiz La estamos arreglando
Que bueno!!!!!! me he reido un buen rato.Y como me gustaba la Yankee.
Un saludo.
Rafa.
Un saludo.
Rafa.
http://www.youtube.com/watch?v=9IgVUyxl ... r_embedded" onclick="window.open(this.href);return false;" onclick="window.open(this.href);return false;
Escrito en por Bicipalo en el forohttp://viragos.info/index.php?option=com_kunena&view=listcat&Itemid=78" onclick="window.open(this.href);return false;" onclick="window.open(this.href);return false; me ha gustado ¿ que os parece ?
Es emotivo y resume la vida de gran parte de todos nosotros, el video prescinde de la infancia o de la niñez de los protagonistas y se centra en dos momentos cruciales, en la pujante juventud que te permute ir en moto y ser un amante infatigable...., y en la vejez, justo los dos extremos, cuando empiezas a vivir y cuando comienzas a morir.
A veces es la misma fatiga de la edad la que acaba con los sueños, el estres, el tipo de vida que llevabos y otras la enfermedad..., pero el video nos recuerda que siempre queda un resquicio para volver a soñar, o casi mejor para nunca olvidar.
Ayer por la tarde monté en Duna, hacia tiempo que no lo hacia y volví a sentir lo mismo..., el placer de cada gesto, de cada maniobra en medio del tráfico urbano, volví a ver a los chiquillos saliendo del colegio, ya por la tarde y con el sol de la tarde llenando de luces rojas y rosadas el escaso cielo que asomaba entre los edificios. Sonréi otra vez cuando atravesaba el tunel, percibiendo como el sonido variaba allí abajo y como golpeaba en mis pulmones, giré mi cabeza y sonreí a un imaginario compañero, a una imaginaria motera que pilotase a mi lado y que sintiese lo mismo..., no habia nadie, tan solo tráfico y yo mismo..., pero con Duna y su sonido haciendome sonreir, viviendo cada movimiento y cada vuelta del cigueñal.
Escrito en por Bicipalo en el forohttp://viragos.info/index.php?option=com_kunena&view=listcat&Itemid=78" onclick="window.open(this.href);return false;" onclick="window.open(this.href);return false; me ha gustado ¿ que os parece ?
Es emotivo y resume la vida de gran parte de todos nosotros, el video prescinde de la infancia o de la niñez de los protagonistas y se centra en dos momentos cruciales, en la pujante juventud que te permute ir en moto y ser un amante infatigable...., y en la vejez, justo los dos extremos, cuando empiezas a vivir y cuando comienzas a morir.
A veces es la misma fatiga de la edad la que acaba con los sueños, el estres, el tipo de vida que llevabos y otras la enfermedad..., pero el video nos recuerda que siempre queda un resquicio para volver a soñar, o casi mejor para nunca olvidar.
Ayer por la tarde monté en Duna, hacia tiempo que no lo hacia y volví a sentir lo mismo..., el placer de cada gesto, de cada maniobra en medio del tráfico urbano, volví a ver a los chiquillos saliendo del colegio, ya por la tarde y con el sol de la tarde llenando de luces rojas y rosadas el escaso cielo que asomaba entre los edificios. Sonréi otra vez cuando atravesaba el tunel, percibiendo como el sonido variaba allí abajo y como golpeaba en mis pulmones, giré mi cabeza y sonreí a un imaginario compañero, a una imaginaria motera que pilotase a mi lado y que sintiese lo mismo..., no habia nadie, tan solo tráfico y yo mismo..., pero con Duna y su sonido haciendome sonreir, viviendo cada movimiento y cada vuelta del cigueñal.
Muy bonita la historia y muy bonitos los videos...
Se nota que lo llevas muy dentro
uves y ráfagas
Se nota que lo llevas muy dentro

uves y ráfagas

Otra pequeña historia de motos.
http://blogs.elcorreo.com/motobloj/2010 ... -mi-padre/" onclick="window.open(this.href);return false;
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¡Joooooooder! Tendrías que dedicarte a escribir (si no lo haces ya) Un gran/corto relato. Me ha encantado.serrano escribió:Este es le foro http://zephyrspain.superforos.com/searc ... d=newposts" onclick="window.open(this.href);return false;" onclick="window.open(this.href);return false; y lo pone
rubalkjet
El Gran Pique
A principios de los 70 rondaba yo los 4O años, así que si sacas cuentas, podrás averiguar mi edad.
Si eres de los que piensan que la moto es patrimonio solo de veinteañeros, estás terriblemente equivocado, aunque también puede ser que algún día una CBR 900 negra (Fire Blade, por supuesto) te mande un par de aceleradas en el oído, o que en algún bar al costado de la ruta repares en algún anciano de pelo muy largo y canoso que desde un rincón de la barra, enfundado en su Garibaldi blanco, parezca conversar con su Nolan y un café siempre muy largo, sin prestar aparente atención a la conversación de los demás.
A veces me verás sonreír, tal vez alguna fantaseada que el que estirado de turno está endilgando a sus colegas, o probablemente algún retazo del pasado que en aquel momento viene a buscarme. Si estás solo y buscas conversación, adelante, siempre estoy dispuesto a compartir un café (siempre muy largo) pero te advierto: soy peligroso, uno de los inconvenientes de mi edad es que los recuerdos y las anécdotas se agolpan en el archivo y pugnan como endemoniados por salir, así que cuando me tiran de la lengua o del procesador de textos, no se sabe nunca cómo va a acabar la cosa. Y es justamente lo que me está pasando en estos momentos.
Ah, si, estábamos a principios de los 70. Después de 3 noviazgos fracasados mi situación sentimental era de paro forzoso, no así en el plan laboral, pues el sueldecito de la fabrica me permitía ir tirando, los amoríos que sí me habían ido bien, desde que a los 14 años me desvirgó una Guzzi, la Aleu, dos Montesas y la Ossa actual. Ahora, rozando la cuarenta mi vida parecía estar a punto de dar un vuelco, acababa de conocer a Cuqui.
Cuqui era quince años menor que yo, hija de un empresario potente y con unas curvas espectaculares.
Solo había un problema, Cuqui odiaba las motos, a lo que no le di importancia; un tipo como yo, que había pasado mas horas con un depósito en" las piernas que con una almohada bajo la cabeza, sabría valerme de la técnica y de los recursos necesarios para revertir ese odio en un incontrolable amor.
Así que a principios de aquel verano le propuse un pasar un hermoso día en la playa, ella estuvo de acuerdo y le pareció adecuado el lugar. Claro que por entonces aún no existía la autopista, y para llegar allí había que pasar por las cuestas de Garraf, excitante carretera y entrañable amiga que yo consideré adecuada para mis planes: abrir los ojos de Cuqui a las inexplicables sensaciones de un relajado viaje en motocicleta, saboreando el sol, espíritu motero y la elegancia de la brisa marina acariciándole la piel.
Al principio todo fue bien. Con una conducción distendida y cien por cien turística empezarnos a enlazar los primeros tramos mientras mi pasajera iba ganando confianza poco a poco y empezaba a disfrutar del paisaje y la experiencia; sólo faltaba el violinista, querubines sembrando el asfalto de pétalos de rosa a nuestro paso y cupido enamorándonos con sus flechas impregnadas de amor. Nuestro crucero era de unos 40 por hora en plan dominguero, como se acostumbraba a circular por aquel entonces detrás de los coches.
Aquellos monstruos rompieron el hechizo de aquel remanso de paz y ternura, y nos devolvieron al planeta "tierra motorista", cuando pasaron rozándonos aproximadamente a la velocidad de la luz... Zum... Zummm... ZumZum ... Zuuumm ...
Eran 8 o 9 motocicletas en perfecta formación de fila india y tan pegadas la una a la otra que mas bien parecían una única moto con un montón de ruedas y moteros encima. Dos segundos después las vi perderse cuesta arriba en un increíble ballet sincronizado a la izquierda, aceleración, destello de piloto trasero, y giro a la derecha.
Noté un estremecimiento en las manos de Cuqui que apretaron con fuerza las costuras de mi chaqueta a la altura de los riñones. Volví mi rostro hacia ella sonriendo y seguí inmutable a nuestra velocidad de paseo; afortunadamente, al cabo de un rato noté que se relajaba otra vez.
Unos quince minutos después, a la salida una, curva volvimos a verlas, se habían detenido en una pequeña explanada a la derecha del asfalto y estaban contemplando la maravillosa vista que los acantilados y el mar les regalaban. Las matrículas de sus motos eran alemanas, y ellos también. Rubios, con cabellos lacios muy largos y barbas; solamente sus cascos eran ya un espectáculo, no se parecían nada a mi orinal de producción nacional, mas bien semejaban escafandras de astronautas, y las motos... Jamás había visto un espectáculo semejante.
Sí había oído hablar de las japonesas, o había visto alguna fotografía, pero aquello... ruedas como de coche, carenados, semimanillares, frenos de disco y motores de 4 cilindros, increíble.
Aminoré aún un poco más la marcha para poder deleitarme un segundo más con aquella visión, pero la felicidad es efímera y las sobrepasé enseguida, así que después de echarles un último vistazo de admiración y envidia a través del retrovisor, los perdí definitivamente de vista.
Tras cinco minutos más de excursión, y justo al encarar una de las pocas rectas del Garraf, los vi crecer vertiginosamente por el espejo, lo primero que me chocó fue que todos llevaban las luces encendidas, detalle que antes no había apreciado; lo segundo fue que en cuanto se me echó encima el primero, no me adelantó, sino que se quedó un momento pegadito a mí para rebasarme muy despacio mientras le echaba una ojeada a mi moto. El segundo hizo lo mismo, repasando de arriba abajo mi Ossa, mientras señalaba mi máquina y le hacía un gesto con la cabeza al que iba tercero, los demás repitieron la operación a medida que me adelantaban, y yo me sentí como un imbécil sin saber si debía saludarles, fingir indiferencia o mirar también sus monturas, hasta que detrás de una escafandro de astronauta le tapa a uno la boca y algo la nariz, pero los ojos no, y cuando uno se ríe, no lo hace sólo con los labios, no señor; los europeos con motos japonesas se ríen con " la cara, y eso se nota por mucho casco integral que lleven, y aquel engreído, el último de la fila, se rió, no sé si de mí o de mi moto, pero se rió. Compréndelo, fue superior a mí, no pude hacer nada para evitarlo. Además dio la casualidad de que aquella carretera era una vieja conocida de antiguas aventuras, dio la casualidad de que se me cruzaron los cables y dio la casualidad de que mi Ossa no era una Mike Andrews réplica de aquellas, sino una yankee 500, con motor 2 tiempos, twin paralelo, perdón, entonces se decía bicilíndrico vertical enfrentado al sentido de la marcha, y con más de 70 CV de los buenos.
Cuando todos los del grupo ya hubieron tenido la oportunidad de contemplarme como a un mono en una aula, teniendo la delicadeza, al menos, de no tirarme cacahuetes, hicieron bramar sus motores y desaparecieron al final de la recta.
Yo, invadido por la serenidad de las grandes ocasiones, me ajusté las galas que hasta entonces había llevado sobre el clímax, respiré hondo un par de veces, reduje tres marchas y le di al mango como un hombre.
Les juro que una de las cosas que más lamento en mi vida es no haber podido ver la cara del capullo aquel, cuando vio que se le echaba encima el chirimbolo con ruedas del que se había reído un minuto antes, le quité el polvo del lateral izquierdo de su bonito carenado y en la misma operación, casi sin querer, decidí deshacerme también del que le precedía justo a la entrada de una curva en la que acababa de aparecer un 600 conducido por un caballero calvo al que los ojos le crecieron asombrosamente alcanzando en un segundo el tamaño de dos huevos duros, los dos siguientes fueron realmente fáciles, debo reconocerlo. No se habían enterado aún de qué iba la misa y aproveché el tramo recto para enseñarles, cuando pasé al otro, que ya se había dado cuenta de la situación pero no pudo reaccionar, fue cuando empezó la fiesta de verdad, y los tres que iban delante de mí, después de un instante de estupor, varios titubeos, se agacharon sobre el depósito y empezaron a retorcer las orejas de sus japonesas.
Pero resulta que en la casa Ossa, además de fabricar estupendos proyectores cinematográficos, también entendían algo de motos, así que no fue muy difícil chuparle rueda al siguiente, claro que adelantarle era otra cosa, los otros dos que quedaban delante nos iban tomando algo de distancia, así que no debía perder mucho tiempo con el que iba tercero, porque corría el riesgo de perderlos, en esto estábamos cuando, ¡Oh! Dios existe: después de negociar una de derechos, nos encontramos una pequeña recta y, al final, una curva bien visible donde iban a cruzar el Renault Gordini al que deberíamos adelantar y el auto que venía hacia nosotros. El alemán dudó una décima de segundo, no podría pasar entre los dos vehículos, juntos.
Un instante antes ver iluminarse su luz de freno, yo ya había reducido una marcha y enroscado el puño del acelerador, y después de dejarle atrás, seguramente planteándose cambiar su Suzuky por una Torrot 49, pasé entre el coche y el auto en pleno viraje creando el estilo que años después me copiaría descaradamente Ronaldo para colarse entre los defensores del Compostela; y sin detenerme a pensar qué opinión tendrían de mi mamá el chofer y el dominguero, me lancé a la caza de los dos últimos modelos trofeos.
Me costa mucho alcanzarles, los malditos iban deprisa, pero al final me puse a rueda. Iban separados unos 20 metros uno del otro, mejor. Después de varios minutos sin que ocurriera nada mas que no fuera la insólita y rápida reducción del tamaño de las estriberas y el cromado de los escapes, llegué a la mente bien en mi vida fue aquel exterior, ¡qué trazada!, ¡qué finura!, ¡qué aplomo y precisión! Dios mío si lo hubieras visto, arrasaría las votaciones para piloto del año, le sorprendí totalmente, pues no se esperaba que nadie tuviese pelotas de adelantar en plena curva ciego por el carril de la izquierda, bordeando además el acantilado de más de 50 metros de caída libre. Cuando le estaba pasando me pareció que el casco iba a salírsele de la cabeza, seguramente a causa de que se le pusieron sus largos pelos de punta, la boca se le abrió tanto que la mandíbula le asomó por la parte inferior del integral, y sus ojos. ¡Oh, sí!, en plena maniobra tuve la cortesía de mirarle a la cara, el tamaño de sus ojos dejaban en ridículo a los del pobre conductor de la 750.
Y ahí acabo todo. El que quedaba delante, simplemente se rindió. Lo había visto todo por el retrovisor y seguramente decidió que el sol de España, las discotecas de Sitges y el cálido abrazo de mamá cuando volviera a su país valían mas que la locura de seguir peleándose con el demente aquel y su extraño cachorro, que al parecer tenía la costumbre de zamparse 8 ó 9 japonesas antes de desayunar.
Así que desenroscó cobarde y lastimosamente el mango y le dejé atrás seguramente meditando sobre los misterios insondables de la vida.
Seguí un par de kilómetros más en solitario, dejando que allí detrás los vencidos se reagruparan en su humillante derrota y preparé mentalmente la entrega de premios.
Me detuve mas adelante al costado del camino y me bajé con rapidez de la moto y apoyándome en el depósito de combustible con aire de despreocupación, adopté mi posición, fingiendo contemplar relajadamente el paisaje, como ellos habían hecho antes.
Fue entonces cuando reparé en ella, ¡¡Cuqui!!, me había olvidado completamente que llevaba a mi posible novia como paquete. Estaba entumecida, tiesa como una chasis de doble viga de aluminio, blanca como el carenado de Cardús en los duros tiempos de crisis "sponsoril" y la mirada perdida en el infinito, sentada sobre la Yankee con los brazos doblados y las manos agarrotadas en actitud de agarrarse aún a mi chaqueta como si yo aún estuviese allí.
Efectivamente, parecía que eso de las motos no era lo suyo.
Les oí llegar por la izquierda, decidí desentenderme un momento del problema y seguir con la pose de absoluta indiferencia, total serian un par de segundos necesario para que los vencidos se retiren, pero cuando aparecieron por la curva, redujeron la velocidad y se pararon todos ante mí. Algunos se quitaron el casco y me miraron con una mezcla de respeto, admiración y perplejidad.
El silencio se podía cortar con un cuchillo. En un momento puede cambiar la historia de la humanidad, un pequeño detalle puede dar un giro a la vida de cualquiera o a su futuro, una nimiedad puede hundir al más magno y solemne triunfador en los más míseros de las ruinas: justo en aquel glorioso momento Cuqui me vomitó encima. Y no creas que fue una pequeñez, no, fue un verdadero chaparrón que me dejó paralizado y cubierto de arriba abajo por una espesa macedonia multicolor. Se hizo de nuevo un silencio sepulcral, la estupefacción se dibujó en las caras de los alemanes, y a mí no se me ocurrió otra cosa que sonreír estúpidamente. Aquello ya fue demasiado de pronto sonó una estruendoso carcajada a la que siguieron siete más y aquello se convirtió en un manicomio. ¿Has visto alguna vez a alguien con un auténtico genuino ataque de risa?, pues prueba imaginarte ocho a la vez; es contagioso e imparable, no se puede hacer nada para detenerlo y a mí también me dio cuando Cuqui, que afortunadamente no llevaba ningún hacha, me soltó un tremendo sopapo y su mano quedó pegada en mi mejilla.
En lugar de un enérgico ipaf! sonó un impresentable ichop! y, claro, no hizo el mismo efecto, desencadenando un agravamiento general del ataque de risa que provocó la huida de Cuqui, que se alejó, corriendo carretera arriba, agitando los brazos en alto y aullando como una sirena de una fábrica a la hora de salida.
Entonces, a uno de ellos le flaquearon las piernas por los espasmos de la risa y cayo con la moto como un saco de patatas, otro lloraba a carcajadas golpeando el deposito de su Kawasaki mientras un compañero, que soltaba como unos hipos entrecortados, les decía a los demás que se estaba desmayando, al tiempo que el que había caído estaba revolcándose en el suelo en pleno ataque y otro pataleaba una señal de prohibido adelantar, entre síncopes carcajeantes.
Así nos encontraron los de la Guardia Civil que, después de cinco minutos de intentos de averiguar qué rayos estaba pasando allí sin que nadie de los presentes les hiciera ningún caso ni viera capaz de otra cosa que contenerse el estómago, y respirar de vez en cuando.
Jamás volví a ver a Cuqui, se iría en auto a su casa, yo qué sé, los alemanes y yo acabamos con un porcentaje bastante elevado de las existencias cerveceros de Sitges, y anduvimos todo el verano juntos, intercambiando monturas y descubriendo parajes insólitos de nuestras carreteras costeras.
Han pasado casi treinta años y nos seguimos viendo, dos veces por temporada, una en el G.P. de aquí y la otra es Elefantentrefíen, adonde, por supuesto, acudo con la mítica Ossa Yankee 500 que aún conservo y que allí es venerada por nueve ancianos decrépitos que, sentados sobre la nieve y al abrigo del un fuego, brindan por ella, y a los que en el momento mas insospechado, y para alarma de sus coronarías, hernias y artritis, les sobreviene un ataque de risa sin que nadie entienda porqué.
Cosas de viejos.-
_________________
serrano escribió:Otra bonita historia esta sacada del foro http://zephyrspain.superforos.com/viewt ... highlight= en el cual estoy registrado por que tengo una Zephyr 750 con la que estoy encantado por cierto. Esta la pone Milord.
Quiero compartir esta bonita historia con todos vosotros. Una historia que para mi tiene un gran componente sentimental.
Hace tiempo recibí un correo de una persona que había restaurado una Harley que originalmente perteneció a una persona de mi pueblo, por si podía facilitarle más información sobre dicha moto. Me dio datos de nombre, dirección del antiguo propietario, etc. Evidentemente lo que no sabía el propietario actual es que yo conocía la historia de esa moto a la perfección, jejejejejeje, cuando le envié la contestación el menda alucinaba en colores.
Os pongo en situación a mediados de la década de los 40. Mi padre en aquellos años se encontraba haciendo la mili en Madrid. Era viajante de comercio (ahora se le llama comercial) y tenia una Guzzi 65 para ir vendiendo de pueblo en pueblo. En definitiva que tenía experiencia en el tema de las motos. El hijo del rico del pueblo se le antojó una moto para chulearse. Conocían a mi padre que además vivía en la misma calle aunque su poder adquisitivo no era ni mucho menos el de ellos y mucho menos en aquella década tan jodida. Entonces no se podía comprar una moto de gran cilindrada como ahora, tan solo lo que producía el mercado nacional, que de por si era poco. No les quedó mas remedio que acudir al mercado de segunda mano y en Madrid.
Como ellos no tenían ni experiencia en motos, ni ganas de desplazarse a Madrid para un capricho del niño, se acordaron de la mili de mi padre y aprovechado que conocían a un militar de alto rango, pues pillaron el teléfono hablaron con el para que le encargara a mi progenitor la búsqueda de la moto en el Madrid de los 40. Evidentemente mi padre se tiro cerca de dos meses buscando motos por todo Madrid (bueno le echo un poco de morro, para librarse de las guardias), hasta que encontró esa Harley, de un tal Soriano, campeón de las Españas de Motociclismo.
Cuando fue a probarla, al regresar le comentó a Soriano, "que no había sido capaz de pasarla de 90" , apostillandole el que si, pero que eran millas/hora, jejejejeje.
Hablo mi padre por teléfono con los interesados comentándole que había encontrado una moto que le gustaba y que valía tanto dinero (nunca supe la cantidad que costo), le enviaron el dinero, se hizo el cambio de nombre y no le quedó mas remedio a mi padre que pillar la moto y traerla al pueblo, (otros quince días de permiso).
Al cabo de un par de años esta moto estando aparcada en una de las plazas, comenzó a arder y se quemo el deposito y la parte delantera. La moto la guardaron en una cuadra, hasta que después de varios años, el director del banco de mi pueblo (que era de Salamanca), se entera de dicha moto y la compra. La pone en funcionamiento para su uso, guardándola hasta que un hijo de este la restaura y contacta conmigo ya que podía haber ćontactado con otra persona de la localidad que no conociese la historia de la moto con tanto detalle.
Si os dais cuenta la moto tiene adosado un extintor en el basculante, por si tiene tendencia a arder, jajajajajaja.
¿Que os parece las sorpresas que nos tiene guardada la vida?
El famoso corredor, primer propietario de mi Harley era Javier Ortueta.
Aquí está la historia:
http://www.harleyclasica.es/Lamoto/Hist ... toria.html
Saludos
Otra historia.
Historia de un viejo motero.
tomada de Moteros del Cabo Peñas.
Paco bajó las escaleras de su casa lentamente y con cuidado. A su edad y con su artrosis incipiente ya no podía hacerlo de otro modo. Terminó de bajarlas y se dirigió hacia la puerta del garaje. La abrió y entró. Avanzó entre la penumbra hacia la ventana y subió la persiana. Entonces, la luz que de repente invadió el local, dejo a la vista un garaje un tanto desordenado, con más o menos las cosas que hay en todos los garajes particulares: una segadora, unas estanterías con objetos varios, algunos de los cuales difíciles de identificar, un cuarto de calderas, un coche que había conocido mejores tiempos, algunos aperos de jardinería, un viejo armario ropero con espejo en las puertas, una bicicleta con aspecto de no ser utilizada, en fin, todo eso y alguna cosa más sin importancia.
old_man_motorcycleLo que diferenciaba ese garaje de la mayoría de los garajes, era un bulto de buen tamaño que tapado con una vieja sábana, ocupaba una buena parte del local. Paco avanzó hacia donde se encontraba ese bulto y con cuidado y mucho protocolo, como si lo hubiera hecho mil y una veces, fue retirando poco a poco la tela que lo cubría. Según lo iba haciendo, sus ojos se iban abriendo cada vez más y más, parecían brillarle, hasta que al dejar al descubierto del todo lo que allí había, sintió como su desgarbada figura se hinchaba de aire y el corazón le latía más deprisa. Allí estaba, como si el tiempo no pasara por ella, una magnífica Harley-Davidson Electra Glide 1200 FLH del 76 roja y negra, brillando como si tuviera luz propia.
La contempló un rato, la rodeó lentamente hasta llegar a su costado izquierdo y con bastante esfuerzo y algo de dolor, asió el manillar con su mano izquierda, levanto su pierna derecha y la pasó por encima del asiento. Metió su mano en el bolsillo, del pecho de la chaqueta y sacó la llave de contacto. La introdujo y arrancó el motor. El motor de 74 pulgadas, rugió con un primer estampido para seguidamente quedar al ralentí con ese característico sonido desacompasado del que hacen gala las máquinas de la “company”. Apretó el embrague, engranó primera con un sonoro ruido sordo y volviendo la cabeza hacia un lado se contempló en el espejo del armario ropero. Dejó que el motor diera unas vueltas más y después de volverlo a punto muerto, lo apagó. Se bajó de la moto y fue hasta la estantería, donde cogió una gamuza, la dobló en cuatro partes y comenzó a pasarla cuidadosamente por la moto, quitándole el poco polvo que tenia. Esperó a que el motor y los escapes se enfriaran y volvió a cubrirla con la misma vieja sábana. Eso fue todo. Eso era todo todos los días desde hacía años. Paco ya no podía salir con su moto como cuando era más joven. Sus maltrechas rodillas ya no podían aguantar el peso de los más de 300 kg de hierro de Milwaukee que pesaba su querida moto y sus manos ya no tenían suficiente fuerza y precisión para manejar su manillar.
mini-81343_HD-FLH1200-ElectraGlide-1970_122_442loEse momento del día era de sensaciones contradictorias. Por un lado se sentía más vivo y animado y por otro lado sentía nostalgia de los kilómetros recorridos durante una vida, unas veces en compañía de amigos moteros como él y otras en solitario; de los viajes que había realizado y sitios que había conocido, de las concentraciones a las que había acudido, de las risa y los buenos momentos vividos, incluso de las mojaduras y el frío que a veces había sufrido. En definitiva, de una vida llena de intensos momentos a la moto.
Con aire triste, cerró la puerta del garaje y se dirigió de nuevo a la escalera para subir a su casa, donde desayunaría antes de dirigirse al pueblo, donde todos los días hacia sus compras cotidianas.
Una noche de otoño, llovía y no poco. Serian poco más de las siete, pero ya había oscurecido hacia un rato. Paco tenía que acercarse al pueblo, hoy tenia clase de internet. No era algo que le apasionara pero le servía para distraerse y relacionarse un poco. Bajó al garaje y no sin antes dedicarle una mirada al bulto que hacia la vieja sábana, se subió a su coche, arrancó el motor y accionó el mando del portón. Salió del garaje y volvió a accionar el mando. Cruzó los metros que separaban su casa de la carretera y girando hacia la derecha, se dispuso a recorrer los ocho km que le separaban del pueblo. Seguía lloviendo con ganas y no habría completado la mitad del recorrido, cuando vio en la orilla de la carretera un chico cuya moto le había hecho la jugada de dejarlo tirado en mitad de la tormenta. Apiadándose de él, se detuvo a su lado y con voz firme le preguntó:
-!Eh, muchacho, ¿necesitas ayuda?
El chico se agachó hasta la altura de la ventanilla y le contestó:
-Me vendría bien que me acercase hasta el pueblo, . Por la moto van a venir unos amigos en breve, pero yo no tengo por qué estar aquí mojándome.
Paco le abrió la puerta para que entrase y al hacerlo vio la moto del chico. Era una custom negra, bicilíndrica en v y con unos curiosos espejos en forma de ocho girado y aunque no reconoció el modelo, le pareció muy bonita. De camino al pueblo, hablaron animadamente de motos y de moteros y a los pocos minutos, ya daba la sensación que se conociesen de siempre. Al llegar al pueblo, el chico pidió que lo dejase en el primer bar que encontraran y Paco así lo hizo. Al parar el coche, el chico quiso corresponder el gesto de Paco y le regalo su braga de cuello. Era una braga sencilla, negra de lycra, poco usada y como único adorno, una alita plateada. El chico se despidió dando las y al darse la vuelta para entrar en el bar, Paco observó que la misma ala plateada lucia en el parche dorsal del chaleco del chico.
En el viaje de vuelta hacia su casa, Paco recordó el lugar donde se había quedado la moto y allí ya no había nada.
-Ya la han recogido-Se dijo Paco.
Al día siguiente, amanecieron los campos helados y Paco pensó que sería buena idea ponerse la braga que aquel chico le había dada, algo le abrigaría. Salió de su casa, bajó la escalera y entró en su garaje, como todos los días. Paco subió la persiana y comprobó que aún no había amanecido del todo, aunque algo se veía.
Paco repitió ceremoniosamente su pequeño rito diario, descubrió la moto, agarró el manillar con su mano izquierda y pasó ágilmente su pierna derecha por encima del asiento. Paco se quedó sorprendido, no le había costado subirse a la moto. Sacó la llave del bolsillo del pecho y arrancó el motor. Se miró en el espejo del armario y entonces se quedó sin aire. La imagen que el espejo le devolvía era la suya propia con cuarenta años menos. Por acto reflejo, soltó el manillar y su imagen cambió. Ahora el reflejo volvía a ser el de siempre. Con mano temblorosa asió de nuevo el manillar y con los ojos tan abiertos como era capaz, giró lentamente la cabeza hasta alcanzar el espejo con la mirada. Esta vez no soltó el manillar ni miró hacia otro lado. Se quedó observando fijamente, reconociéndose como el hombre que había sido hacia cuarenta años.
Mantuvo la mirada unos momentos mientras una oleada de calor recorría su cuerpo. Bajó la cabeza, soltó el manillar y se bajó de la moto. Fue hacia el espejo mientras se quitaba la chaqueta y la braga que aquel motero le había dado. Miró al espejo detenidamente y luego a la moto y así varias veces.
Cuando se tranquilizó un poco, volvió a sentarse en la moto y agarrando el manillar, dirigió la mirada de nuevo hacia el espejo. Su imagen era la del Paco de siempre. Se quedó pensativo unos momentos, mientras sus ojos se movían nerviosamente de izquierda a derecha, cuando estos fueron a posarse sobre la braga que había dejado encima de la chaqueta. Un rápido pensamiento cruzó su mente mientras le pareció ver que el ala plateada que adornaba la braga relucía de forma extraña, como si reflejase una luz que allí no había por ningún lado.
Paco se bajó de la moto, se acercó a la braga y se la puso.
Volvió a sentarse en la moto, se agarró al manillar y cuando se miró una vez más al espejo del armario, volvió a verse tal como era hacia cuarenta años atrás. Ya no dudó que la braga era la responsable del cambio.
Un poco menos nervioso, constató que no sólo era su imagen la que había mejorado, sino que realmente se sentía como si tuviese todos esos años menos. También comprobó que su imagen tan solo cambiaba en el espejo. sus manos y todo lo que alcazaba a ver de su cuerpo era como se esperaba que fuera para su edad.
Con todo el aplomo que consiguió reunir subió a su casa y cuando bajó de nuevo, llevaba puesto una vieja cazadora Vanson de cuero en su mano derecha un casco tipo Cromwell y en la izquierda unos guantes de cuero algo raidos.
Accionó el mando del portón, se subió a la moto y se puso el casco y los guantes. Arrancó el motor y lanzó una última mirada al espejo, para asegurarse de que lo que quiera que fuese que provocaba esa situación, seguía funcionando. HW ATTAMWSS REngranó primera y salió. Recorrió los metros que le separaban de la carretera y giró a la izquierda. Y rodó. Rodó con la misma excitación que el día que estrenó la moto. Recorrió kilómetros y kilómetros sin cansarse. Llenó el tanque y tan solo tomó un sándwich y un refresco en aquella gasolinera. No había tiempo que perder.
Cuando le pareció que estaba lo bastante lejos, se dio la vuelta hacia su casa. Cuando llegó, guardó la moto y se miró al espejo otra vez. Se bajó de la moto y se volvió a mirar. La sonrisa que le había acompañado todo el viaje aún no habia abandonado su rostro. Cerró el garaje y subió a su casa con paso cansado. Entró y se dirigió hacia el sofá desde donde siempre veía el televisor, solo que esta vez no lo encendió. Se dejó caer en el sofá y lloró. Lloró de pura felicidad por haber vuelto a sentirse vivo, por haber vuelto a sentir el aire en su cara y sobre todo por haberse vuelto a sentir él mismo.
Al día siguiente, repitió los mismos pasos del día anterior y volvió a rodar.
Aún dudaba de que aquello fuera un sueño, lo que si tenía claro, es que había que disfrutarlo. Y aquel tipo que le había dado la braga, ¿quién era? ¿un ángel? ¿Un demonio? ¿acaso importaba? Lo importante era que Paco volvía a ser motero.
Paco rodó todos los días. Unas veces Hacia ruta y otros solamente se acercaba al pueblo a hacer sus compras.
En el pueblo no salían de su asombro al volver a ver otra vez a Paco sobre su motocicleta y lo que más les llamaba la atención, era la sonrisa que siempre exhibía por encima de aquella braga con su alita plateada.
Así pasaron algunos años, en los cuales Paco se sintió muy feliz, hasta que un día, la dama de negro, vino a reclamar a Paco definitivamente.
Los que acudieron a su funeral, aseguraron que Paco tenía en su ataúd, la misma sonrisa de cuando iba con su moto por las carreteras.
El día de su entierro, sus familiares y allegados, no pudieron evitar fijarse que a la entrada del cementerio, había un chico vestido de motero que llevaba un chaleco con un ala plateada en la espalda. Aquel joven se apoyaba sobre una custom negra sin ningún distintivo, llamativamente limpia y con unos curiosos espejos en forma de ocho girado y cargada como para emprender un viaje exactamente igual que la otra moto que estaba aparcada a su lado.
El entierro terminó y los asistentes fueron acercándose poco a poco hacia la salida del camposanto y todavía desde el interior, alcanzaron a oír el inconfundible sonido de dos v-twin arrancando y alejándose.
Hoy día, años después, los asistentes al entierro de Paco, siguen preguntándose quién sería el conductor de la otra moto, compañero del chico, que con su figura desgarbada y una vieja chaqueta Vanson rodaba hacia el sol poniente.
Hoy día años después, y aunque nadie los ha visto, algunos vecinos del pueblo, aseguran oír algunas noches a dos bicilíndricos cruzar el pueblo, quién sabe con qué rumbo, si irán de ida o de vuelta de alguna reunión con más como ellos o tal vez, de alguna fiesta motera donde beberán cerveza y hablarán de motos y todas esas cosas de las que hablan los moteros cuando se reúnen.
Y hoy día, años después, algún vecino ha asegurado haber visto un motero parecido a Paco cuando era joven, con su moto parada en el arcén y su casco en el suelo, tal vez esperando la llegada de algún motero como él, que al verle se detuviera para ofrecerle su ayuda.
Así que si algún día veis en el arcén un motero parado, que lleve en el cuello una braga con una alita plateada, con una custom negra con los espejos en forma de ocho girado, no dejéis de parar a preguntarle si necesita ayuda, quién sabe con que os podrá obsequiar en muestra de agradecimiento.
Historia de un viejo motero.
tomada de Moteros del Cabo Peñas.
Paco bajó las escaleras de su casa lentamente y con cuidado. A su edad y con su artrosis incipiente ya no podía hacerlo de otro modo. Terminó de bajarlas y se dirigió hacia la puerta del garaje. La abrió y entró. Avanzó entre la penumbra hacia la ventana y subió la persiana. Entonces, la luz que de repente invadió el local, dejo a la vista un garaje un tanto desordenado, con más o menos las cosas que hay en todos los garajes particulares: una segadora, unas estanterías con objetos varios, algunos de los cuales difíciles de identificar, un cuarto de calderas, un coche que había conocido mejores tiempos, algunos aperos de jardinería, un viejo armario ropero con espejo en las puertas, una bicicleta con aspecto de no ser utilizada, en fin, todo eso y alguna cosa más sin importancia.
old_man_motorcycleLo que diferenciaba ese garaje de la mayoría de los garajes, era un bulto de buen tamaño que tapado con una vieja sábana, ocupaba una buena parte del local. Paco avanzó hacia donde se encontraba ese bulto y con cuidado y mucho protocolo, como si lo hubiera hecho mil y una veces, fue retirando poco a poco la tela que lo cubría. Según lo iba haciendo, sus ojos se iban abriendo cada vez más y más, parecían brillarle, hasta que al dejar al descubierto del todo lo que allí había, sintió como su desgarbada figura se hinchaba de aire y el corazón le latía más deprisa. Allí estaba, como si el tiempo no pasara por ella, una magnífica Harley-Davidson Electra Glide 1200 FLH del 76 roja y negra, brillando como si tuviera luz propia.
La contempló un rato, la rodeó lentamente hasta llegar a su costado izquierdo y con bastante esfuerzo y algo de dolor, asió el manillar con su mano izquierda, levanto su pierna derecha y la pasó por encima del asiento. Metió su mano en el bolsillo, del pecho de la chaqueta y sacó la llave de contacto. La introdujo y arrancó el motor. El motor de 74 pulgadas, rugió con un primer estampido para seguidamente quedar al ralentí con ese característico sonido desacompasado del que hacen gala las máquinas de la “company”. Apretó el embrague, engranó primera con un sonoro ruido sordo y volviendo la cabeza hacia un lado se contempló en el espejo del armario ropero. Dejó que el motor diera unas vueltas más y después de volverlo a punto muerto, lo apagó. Se bajó de la moto y fue hasta la estantería, donde cogió una gamuza, la dobló en cuatro partes y comenzó a pasarla cuidadosamente por la moto, quitándole el poco polvo que tenia. Esperó a que el motor y los escapes se enfriaran y volvió a cubrirla con la misma vieja sábana. Eso fue todo. Eso era todo todos los días desde hacía años. Paco ya no podía salir con su moto como cuando era más joven. Sus maltrechas rodillas ya no podían aguantar el peso de los más de 300 kg de hierro de Milwaukee que pesaba su querida moto y sus manos ya no tenían suficiente fuerza y precisión para manejar su manillar.
mini-81343_HD-FLH1200-ElectraGlide-1970_122_442loEse momento del día era de sensaciones contradictorias. Por un lado se sentía más vivo y animado y por otro lado sentía nostalgia de los kilómetros recorridos durante una vida, unas veces en compañía de amigos moteros como él y otras en solitario; de los viajes que había realizado y sitios que había conocido, de las concentraciones a las que había acudido, de las risa y los buenos momentos vividos, incluso de las mojaduras y el frío que a veces había sufrido. En definitiva, de una vida llena de intensos momentos a la moto.
Con aire triste, cerró la puerta del garaje y se dirigió de nuevo a la escalera para subir a su casa, donde desayunaría antes de dirigirse al pueblo, donde todos los días hacia sus compras cotidianas.
Una noche de otoño, llovía y no poco. Serian poco más de las siete, pero ya había oscurecido hacia un rato. Paco tenía que acercarse al pueblo, hoy tenia clase de internet. No era algo que le apasionara pero le servía para distraerse y relacionarse un poco. Bajó al garaje y no sin antes dedicarle una mirada al bulto que hacia la vieja sábana, se subió a su coche, arrancó el motor y accionó el mando del portón. Salió del garaje y volvió a accionar el mando. Cruzó los metros que separaban su casa de la carretera y girando hacia la derecha, se dispuso a recorrer los ocho km que le separaban del pueblo. Seguía lloviendo con ganas y no habría completado la mitad del recorrido, cuando vio en la orilla de la carretera un chico cuya moto le había hecho la jugada de dejarlo tirado en mitad de la tormenta. Apiadándose de él, se detuvo a su lado y con voz firme le preguntó:
-!Eh, muchacho, ¿necesitas ayuda?
El chico se agachó hasta la altura de la ventanilla y le contestó:
-Me vendría bien que me acercase hasta el pueblo, . Por la moto van a venir unos amigos en breve, pero yo no tengo por qué estar aquí mojándome.
Paco le abrió la puerta para que entrase y al hacerlo vio la moto del chico. Era una custom negra, bicilíndrica en v y con unos curiosos espejos en forma de ocho girado y aunque no reconoció el modelo, le pareció muy bonita. De camino al pueblo, hablaron animadamente de motos y de moteros y a los pocos minutos, ya daba la sensación que se conociesen de siempre. Al llegar al pueblo, el chico pidió que lo dejase en el primer bar que encontraran y Paco así lo hizo. Al parar el coche, el chico quiso corresponder el gesto de Paco y le regalo su braga de cuello. Era una braga sencilla, negra de lycra, poco usada y como único adorno, una alita plateada. El chico se despidió dando las y al darse la vuelta para entrar en el bar, Paco observó que la misma ala plateada lucia en el parche dorsal del chaleco del chico.
En el viaje de vuelta hacia su casa, Paco recordó el lugar donde se había quedado la moto y allí ya no había nada.
-Ya la han recogido-Se dijo Paco.
Al día siguiente, amanecieron los campos helados y Paco pensó que sería buena idea ponerse la braga que aquel chico le había dada, algo le abrigaría. Salió de su casa, bajó la escalera y entró en su garaje, como todos los días. Paco subió la persiana y comprobó que aún no había amanecido del todo, aunque algo se veía.
Paco repitió ceremoniosamente su pequeño rito diario, descubrió la moto, agarró el manillar con su mano izquierda y pasó ágilmente su pierna derecha por encima del asiento. Paco se quedó sorprendido, no le había costado subirse a la moto. Sacó la llave del bolsillo del pecho y arrancó el motor. Se miró en el espejo del armario y entonces se quedó sin aire. La imagen que el espejo le devolvía era la suya propia con cuarenta años menos. Por acto reflejo, soltó el manillar y su imagen cambió. Ahora el reflejo volvía a ser el de siempre. Con mano temblorosa asió de nuevo el manillar y con los ojos tan abiertos como era capaz, giró lentamente la cabeza hasta alcanzar el espejo con la mirada. Esta vez no soltó el manillar ni miró hacia otro lado. Se quedó observando fijamente, reconociéndose como el hombre que había sido hacia cuarenta años.
Mantuvo la mirada unos momentos mientras una oleada de calor recorría su cuerpo. Bajó la cabeza, soltó el manillar y se bajó de la moto. Fue hacia el espejo mientras se quitaba la chaqueta y la braga que aquel motero le había dado. Miró al espejo detenidamente y luego a la moto y así varias veces.
Cuando se tranquilizó un poco, volvió a sentarse en la moto y agarrando el manillar, dirigió la mirada de nuevo hacia el espejo. Su imagen era la del Paco de siempre. Se quedó pensativo unos momentos, mientras sus ojos se movían nerviosamente de izquierda a derecha, cuando estos fueron a posarse sobre la braga que había dejado encima de la chaqueta. Un rápido pensamiento cruzó su mente mientras le pareció ver que el ala plateada que adornaba la braga relucía de forma extraña, como si reflejase una luz que allí no había por ningún lado.
Paco se bajó de la moto, se acercó a la braga y se la puso.
Volvió a sentarse en la moto, se agarró al manillar y cuando se miró una vez más al espejo del armario, volvió a verse tal como era hacia cuarenta años atrás. Ya no dudó que la braga era la responsable del cambio.
Un poco menos nervioso, constató que no sólo era su imagen la que había mejorado, sino que realmente se sentía como si tuviese todos esos años menos. También comprobó que su imagen tan solo cambiaba en el espejo. sus manos y todo lo que alcazaba a ver de su cuerpo era como se esperaba que fuera para su edad.
Con todo el aplomo que consiguió reunir subió a su casa y cuando bajó de nuevo, llevaba puesto una vieja cazadora Vanson de cuero en su mano derecha un casco tipo Cromwell y en la izquierda unos guantes de cuero algo raidos.
Accionó el mando del portón, se subió a la moto y se puso el casco y los guantes. Arrancó el motor y lanzó una última mirada al espejo, para asegurarse de que lo que quiera que fuese que provocaba esa situación, seguía funcionando. HW ATTAMWSS REngranó primera y salió. Recorrió los metros que le separaban de la carretera y giró a la izquierda. Y rodó. Rodó con la misma excitación que el día que estrenó la moto. Recorrió kilómetros y kilómetros sin cansarse. Llenó el tanque y tan solo tomó un sándwich y un refresco en aquella gasolinera. No había tiempo que perder.
Cuando le pareció que estaba lo bastante lejos, se dio la vuelta hacia su casa. Cuando llegó, guardó la moto y se miró al espejo otra vez. Se bajó de la moto y se volvió a mirar. La sonrisa que le había acompañado todo el viaje aún no habia abandonado su rostro. Cerró el garaje y subió a su casa con paso cansado. Entró y se dirigió hacia el sofá desde donde siempre veía el televisor, solo que esta vez no lo encendió. Se dejó caer en el sofá y lloró. Lloró de pura felicidad por haber vuelto a sentirse vivo, por haber vuelto a sentir el aire en su cara y sobre todo por haberse vuelto a sentir él mismo.
Al día siguiente, repitió los mismos pasos del día anterior y volvió a rodar.
Aún dudaba de que aquello fuera un sueño, lo que si tenía claro, es que había que disfrutarlo. Y aquel tipo que le había dado la braga, ¿quién era? ¿un ángel? ¿Un demonio? ¿acaso importaba? Lo importante era que Paco volvía a ser motero.
Paco rodó todos los días. Unas veces Hacia ruta y otros solamente se acercaba al pueblo a hacer sus compras.
En el pueblo no salían de su asombro al volver a ver otra vez a Paco sobre su motocicleta y lo que más les llamaba la atención, era la sonrisa que siempre exhibía por encima de aquella braga con su alita plateada.
Así pasaron algunos años, en los cuales Paco se sintió muy feliz, hasta que un día, la dama de negro, vino a reclamar a Paco definitivamente.
Los que acudieron a su funeral, aseguraron que Paco tenía en su ataúd, la misma sonrisa de cuando iba con su moto por las carreteras.
El día de su entierro, sus familiares y allegados, no pudieron evitar fijarse que a la entrada del cementerio, había un chico vestido de motero que llevaba un chaleco con un ala plateada en la espalda. Aquel joven se apoyaba sobre una custom negra sin ningún distintivo, llamativamente limpia y con unos curiosos espejos en forma de ocho girado y cargada como para emprender un viaje exactamente igual que la otra moto que estaba aparcada a su lado.
El entierro terminó y los asistentes fueron acercándose poco a poco hacia la salida del camposanto y todavía desde el interior, alcanzaron a oír el inconfundible sonido de dos v-twin arrancando y alejándose.
Hoy día, años después, los asistentes al entierro de Paco, siguen preguntándose quién sería el conductor de la otra moto, compañero del chico, que con su figura desgarbada y una vieja chaqueta Vanson rodaba hacia el sol poniente.
Hoy día años después, y aunque nadie los ha visto, algunos vecinos del pueblo, aseguran oír algunas noches a dos bicilíndricos cruzar el pueblo, quién sabe con qué rumbo, si irán de ida o de vuelta de alguna reunión con más como ellos o tal vez, de alguna fiesta motera donde beberán cerveza y hablarán de motos y todas esas cosas de las que hablan los moteros cuando se reúnen.
Y hoy día, años después, algún vecino ha asegurado haber visto un motero parecido a Paco cuando era joven, con su moto parada en el arcén y su casco en el suelo, tal vez esperando la llegada de algún motero como él, que al verle se detuviera para ofrecerle su ayuda.
Así que si algún día veis en el arcén un motero parado, que lleve en el cuello una braga con una alita plateada, con una custom negra con los espejos en forma de ocho girado, no dejéis de parar a preguntarle si necesita ayuda, quién sabe con que os podrá obsequiar en muestra de agradecimiento.
Muchas gracias por el aporte. Me ha encantado.
Un saludo.
Un saludo.

Manetero forero de quinta clase
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Registrado: 12 Mar 2012, 13:24
Muchas Gracias, me ha gustado mucho.
salu2.
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