Manetero forero de segunda clase
Mensajes: 403
Registrado: 02 Ago 2011, 17:58
Ubicación: Navarra
Avatar de Usuario
Manetero forero de segunda clase
Historia de una moto

Mensaje por serrano »

Este comentario lo he sacado del foro de http://viragos.info/ en el que no estoy registrado, pero como lo lleva mi sobrino entro de vez en cuando me ha parecido una bonita historia a ver que os parece.






La Virago 535 sin nombre reposaba dormida o muerta sobre su pata de cabra y cada día, al entrar y al salir de la carpintería, pasaba frente a ella, la miraba y me invadía la fatiga, el desasosiego, el agobio…, hasta que decidí taparla con unas piezas de tela y arrinconarla detrás de unas sillas, dejé de verla al entrar y al salir de la carpintería, los vecinos dejaron de verla y yo me relajé.
Al no verla ya no me planteaba las horas y el dinero que había que invertir en ella, el esfuerzo que podía suponer ponerla en marcha, restaurarla…, una obligación mas en mi vida, que cambió hace unos ocho años, cuando mi padre sufrió un ictus, un infarto cerebral que lo dejó hemipléjico y completamente dependiente.
Ese fue un punto de inflexión en mi vida y lentamente fue condicionando mi existencia, los primeros años me hicieron crecer, aprendí a dirigir la carpintería, a tomar decisiones, a creer en mis criterios, desarrollé algo de bondad y paciencia, de ternura y cariño hacia mi padre…, pero ahora, ocho años después me siento cansado, sin Vida propia, siento que he vivido gran parte de la vida que pueda llegar a vivir y que ya no soy el mismo, ahora solo veo obligaciones que coartan aún mas las escasas horas al día que puedo disponer para mi mismo…, y la 535 se había convertido en una obligación más, una molestia de la que ya me había intentado deshacer dos veces, le ofrecí la custom a mi vecino Pepe, él se relamió de gusto pero al día siguiente bajó diciéndome que a su mujer no le parecía muy bien. Después se la ofrecí a Matias, otro vecino mayor que desde que me vió encima de la Zing recordó los tiempos en los que volaba encima de su Ducati azul, también sonrió ante la 535, pensó en su hijo pero su sonrisa se esfumó al recordar que estaba en paro y con dos niños pequeños.
Y una de esas tardes en las que me quedé sin trabajo me acerqué a un concesionario de Honda, deseaba ver la nueva vts 750, esa especie de replica de la sporster de Harley. Entré en la tienda sin esperar encontrármela, pero allí estaba, negra y destellante bajo los halógenos del local, al ratito llegó el vendedor, un joven con unos ojos azules de mirada franca e intensa y con un apretón de manos que estrujó mis delicadas muñecas.
- ¿Me puedo sentar….? –le pregunté.
- Hombre claro, también tenemos una unidad de pruebas.
Pasé mis largas piernas por encima del sillín, me senté y de nuevo me encontré con unos mandos de cambio y freno demasiado cercanos, el deposito me pareció demasiado ancho y no sentí nada especial.
Regresé a la carpintería atravesando algunos solares, ya de noche y decidiendo dar una oportunidad a la Virago, esa Honda era la única candidata y no me había enamorado.
A la mañana siguiente compré una batería, con cuidado vertí el acido en los vasos y la dejé reposar hasta la tarde. Después miré hacia las piezas de tela que cubrían a la silenciosa Yamaha, aparté las sillas que la habían mantenido oculta durante las ultimas semanas, quité las telas y sujetándola por el revirado manillar original la coloqué en medio de la carpintería, quité el sillín y encajé la batería en su hueco, acerqué los cables y atornillé el cable de masa, después el positivo, suspiré y gemí de dolor al enderezar la espalda. Me había costado bastante manipular los pequeños tornillos.
- Buenassss…
Mi amigo Pepe asomó por la puerta, miró a la Yamaha y después a mi.
- Ostras…, la has desenterrado –bromeó.
Pepe es mi confesor, muchas veces me hace compañía en la soledad invernal de la carpintería y estaba al día de mi desanimo, le conté lo de mi visita al concesionario de Honda y lo de la decisión de tratar de resucitar a la Virago.
- Le acabo de poner la batería…, pero no me atrevo a darle al arranque…, a ver si van a estar cogidos los pistones –confesé.
- ¿No te dijo Pedro que la moto no estaba averiada…?.
- Si…, pero también me dijo ayer que la moto llevaba dos años parada.
- Bueno…, dale a ver que ruido hace…, esto, le pusiste gasolina ¿no…?.
- Si, si.
Volví a inclinarme hacia la Virago, giré la llave del contacto y se iluminó el piloto verde bajo el velocímetro, al tiempo que un repiqueteo sutil surgía por debajo del sillín, un taca-taca-taca…, que me resultó familiar, algo había leído en los foros sobre ese ruidito.
- cáspitas…, ¿que es ese ruido…? –preguntó Pepe algo alarmado.
- Tranquilo, es una buena noticia…, eso debe ser la bomba de gasolina que está cebando los carburadores…, por lo menos funciona.
Coloqué el botón rojo en “On”, apreté el embragué y mi pulgar se posó el arranque.
- Bueno, vamos allá.
Apreté el botón y las escobillas chisporrotearon azuladas en las entrañas de la Virago, el cigüeñal se movió con un ronroneo natural y enmudeció.
- Los pistones no están cogidos… -murmuró Pepe- dale otra vez.
Volví a embragar y recordé que no habia cerrado el aire, bajé la palanquita hasta la mitad de su recorrido y el motor de arranque volvió a ronronear.
Esperé unos segundos y volví a intentarlo, despues una cuarta vez, una quinta intentona y el v-twin murmuró algo.
- cáspitas…, parece que se queria coger –susurré.
- Dale otra vez…, tocala otra vez Sam…, o intenta arrancarla Carlos…, je, je, je.
- Que cabrón eres…, vamos allá.
Mis dedos tiraron de la maneta del embrague hacia atrás, la corriente volvió a llegar al motor de arranque, sus dientes se encajaron volviendo a voltear a los pistones y el fogonazo incendió las cámaras de combustión, el cigüeñal giró por si solo y la Virago gritó desde sus escapes.
- ¡Ves como estoy viva….¡.
Salté hacia atrás y el ruido de ella inundó la carpintería, rompió el silencio invernal y amortiguó el ruido de lluvia sobre las uralitas, sobre la acera, sobre mis propios ánimos…, sonreía y escuchaba un sonido armonioso, sin petardeos, sin toses, observaba excitado unos escapes que no emitían humos y malos olores, ni gases ni nubes azuladas de aceite quemado…, la respiración de ella era profunda, regular, poderosa.
Pepe sonreía, yo también…, y ella permanecía al relentí, si vibrar, sin ahogos ni angustias…, al ratito se fueron formando nubes de vapor y una avispa salió despedida, toda negra, envuelta en hollín, pero viva…, me recordó a Mary Poppins saliendo de la chimenea y reí gozoso y excitado.
- Y tu que no te la querías quedar, capullo –dijo Pepe riendo y sin de mirar a la Virago sin nombre.
Unas horas después volví a sonreír, había quedado con Joa para ir al cine a ver “Entrelobos” y ella apareció vestida para la ocasión pese al frío y la lluvia, con una faldita por encima de las rodillas, imitando la piel de una serpiente, con un jersey de lana marrón, medias y abrigada con una pelliza beige.
- Cariño, aprieta este botón… -susurré entre sus cabellos, sintiendo sus mejillas junto a las mias.
Brummmm….¡.
Manetero forero de cuarta clase
Mensajes: 142
Registrado: 15 Ago 2011, 12:13
Manetero forero de cuarta clase
que bueno a mi me paso algo parecido,pero con uno de mis sueños,consegui de un amigo una honda nsr74f del 1988,12 años parada,bujia gasolina y a la tercera patada se puso en marcha.saludos
Manetero forero de primera clase
Mensajes: 616
Registrado: 29 Jul 2011, 23:46
Ubicación: Bcn
Avatar de Usuario
Manetero forero de primera clase
Re: Historia de una moto

Mensaje por dansc »

A mi me costo algo mas. Pero cuando consegui arancar la morini despues de unas cuantas patadas, bastantes, y sono aquel rugido a traves de sus escapes podridos y casi huecos.... Que estruendo!!! Que satisfaccion!
Manetero forero de tercera clase
Mensajes: 369
Registrado: 19 Ago 2011, 18:32
Ubicación: Madrid, Ciudad Lineal
Avatar de Usuario
Manetero forero de tercera clase
Yo recuerdo con mucha emoción , el momento de comprobar tras su restauración que el motor de la escorpión 50 giraba daba una imponente chispa azul. Ya solo faltaba montar piezas y componer el puzzle , pero un ciclomotor como el que yo tuve , seria el primero que tendría mi hija. Aquellas cajas de metal oxidado que recogimos en Jaén y fui arreglando poco a poco en el pasillo , la cocina y el tendedero de mi casa en Madrid , estaban en el camino de volver a ser una maravilla rodante, que no la había engañado , aquello empezaría a tomar forma en breve , pero sobre todo daba chispa , que momento.
Desgraciadamente una vez lista , tenía yo mas ilusión que ella y en la primera caída vino el miedo y después el olvido , pero a mi se me sigue poniendo el pelo de punta cuando lo recuerdo.
Que curioso , fue la primera vez que restaure íntegramente , y fue la vez que mejor lo pase y además era una Montesa ,
Imagen
Manetero forero de quinta clase
Mensajes: 74
Registrado: 10 Oct 2011, 11:34
Ubicación: Sant Llorenç Savall - Barcelona
Avatar de Usuario
Manetero forero de quinta clase
Re: Historia de una moto

Mensaje por Ginós »

No hay sensación que se pueda comparar con la de revivir un motor antiguo.
Cada vez que pasa (a mi me ha sucedido 2 veces) és un pequeño milagro.
Recuerdo especialmente el momento de retornar a la vida mi olvidada Vespa 75cc. Y os lo cuento....

Resulta que al casarme he ir a vivir lejos de mi casa paterna, allí quedo "olividada" mi querida Vespa. En teoría quedó para mis dos hermanos pero la locura motera es más cultural que genética y ellos lo fueron olvidando hasta un entierro sin flores en un rincón de garage.
En mi nueva vivienda ya no me cabían más motos, por lo que la vespita se quedó donde estava, criando polvo y fosilizando la carbonilla. Hasta que un buen día mi cuñado se apuntó decidido a la moda cool de tener un scooter vintage para su día a día. En una comida de dimingo comentó con un punto de tristeza lo bonita que era una Vespa restaurada de un amigo. Yo le dije que si se lo curraba (y se lo pagaba) yo le daba la materia prima. El tío flipó en colores y le faltó tiempo para ajenciarse una fugoneta e ir a buscar a mi vespita de su rincón de olvido.
Se la trajo consigo y lo primero fue quitarle la mugre, ponerle gasolina y lo segundo, claro, intentar arrancarla.
Cuando llegé del trabajo me lo encontré quitando y poniendo la bujía, dando patadas a lo loco, cebando....resulta que llevaba un buen rato con el amigo intentado arrancarla y ya estaba un poco desesperado. Intenté tranquilizarlo dicéndole que essto es más que normal en una motillo parada de muchos años y le dije (más por que descansara que por otra cosa) que me dejara probar.
Cogí la moto, la ladeé (como había hecho y visto hacer mil veces en mi época a los vespistas de pro), le di al estárter, le di tres veces al puño del gas, la puse de pié, quité el estárter y le pegué la mejor patada de mi vida. La moto arrancó, tosiendo un poco al principio pero coguiendo brio y como si nada al cabo de un momento.
No lo pude resistir, metí primera y los dejé a los dos con la boca abierta delante del garaje. Tenía que disfrutar ese momento, mi Vespa me había esperado unos 10 años. Había esperado que yo fuera quien la devolviera a la vida.
Ahora es una preciosidad de moto y está restaurada y mejor cuidada que nunca. De vez en cuando doy un pequeño paseo con ella ¿Qué más se puede pedir?
Manetero forero de tercera clase
Mensajes: 369
Registrado: 19 Ago 2011, 18:32
Ubicación: Madrid, Ciudad Lineal
Avatar de Usuario
Manetero forero de tercera clase
La imagen de degenerados que tenemos los motoristas y somos unos sensibles, me encanta este post
Animaros , salir del armario y contar esos momentazos de lloriqueo , ternura y emoción que todos tenemos con nuestras queridas reliquias
Imagen
Manetero forero de segunda clase
Mensajes: 403
Registrado: 02 Ago 2011, 17:58
Ubicación: Navarra
Avatar de Usuario
Manetero forero de segunda clase
Otra bonita historia esta sacada del foro http://zephyrspain.superforos.com/viewt ... highlight= en el cual estoy registrado por que tengo una Zephyr 750 con la que estoy encantado por cierto. Esta la pone Milord.






Quiero compartir esta bonita historia con todos vosotros. Una historia que para mi tiene un gran componente sentimental.

Hace tiempo recibí un correo de una persona que había restaurado una Harley que originalmente perteneció a una persona de mi pueblo, por si podía facilitarle más información sobre dicha moto. Me dio datos de nombre, dirección del antiguo propietario, etc. Evidentemente lo que no sabía el propietario actual es que yo conocía la historia de esa moto a la perfección, jejejejejeje, cuando le envié la contestación el menda alucinaba en colores.




Os pongo en situación a mediados de la década de los 40. Mi padre en aquellos años se encontraba haciendo la mili en Madrid. Era viajante de comercio (ahora se le llama comercial) y tenia una Guzzi 65 para ir vendiendo de pueblo en pueblo. En definitiva que tenía experiencia en el tema de las motos. El hijo del rico del pueblo se le antojó una moto para chulearse. Conocían a mi padre que además vivía en la misma calle aunque su poder adquisitivo no era ni mucho menos el de ellos y mucho menos en aquella década tan jodida. Entonces no se podía comprar una moto de gran cilindrada como ahora, tan solo lo que producía el mercado nacional, que de por si era poco. No les quedó mas remedio que acudir al mercado de segunda mano y en Madrid.

Como ellos no tenían ni experiencia en motos, ni ganas de desplazarse a Madrid para un capricho del niño, se acordaron de la mili de mi padre y aprovechado que conocían a un militar de alto rango, pues pillaron el teléfono hablaron con el para que le encargara a mi progenitor la búsqueda de la moto en el Madrid de los 40. Evidentemente mi padre se tiro cerca de dos meses buscando motos por todo Madrid (bueno le echo un poco de morro, para librarse de las guardias), hasta que encontró esa Harley, de un tal Soriano, campeón de las Españas de Motociclismo.
Cuando fue a probarla, al regresar le comentó a Soriano, "que no había sido capaz de pasarla de 90" , apostillandole el que si, pero que eran millas/hora, jejejejeje.

Hablo mi padre por teléfono con los interesados comentándole que había encontrado una moto que le gustaba y que valía tanto dinero (nunca supe la cantidad que costo), le enviaron el dinero, se hizo el cambio de nombre y no le quedó mas remedio a mi padre que pillar la moto y traerla al pueblo, (otros quince días de permiso).

Al cabo de un par de años esta moto estando aparcada en una de las plazas, comenzó a arder y se quemo el deposito y la parte delantera. La moto la guardaron en una cuadra, hasta que después de varios años, el director del banco de mi pueblo (que era de Salamanca), se entera de dicha moto y la compra. La pone en funcionamiento para su uso, guardándola hasta que un hijo de este la restaura y contacta conmigo ya que podía haber ćontactado con otra persona de la localidad que no conociese la historia de la moto con tanto detalle.

Si os dais cuenta la moto tiene adosado un extintor en el basculante, por si tiene tendencia a arder, jajajajajaja.

¿Que os parece las sorpresas que nos tiene guardada la vida?
Manetero forero de quinta clase
Mensajes: 74
Registrado: 10 Oct 2011, 11:34
Ubicación: Sant Llorenç Savall - Barcelona
Avatar de Usuario
Manetero forero de quinta clase
Re: Historia de una moto

Mensaje por Ginós »

Magnífica moto y bonita historia Serrano ;)

Yo lo dicen...el mundo es un pañuelo!
Manetero forero de segunda clase
Mensajes: 403
Registrado: 02 Ago 2011, 17:58
Ubicación: Navarra
Avatar de Usuario
Manetero forero de segunda clase
Publicado en Sábado, 21 Mayo 2011 13:45 | Escrito por CARLOS

http://www.motoaventuras.es/index.php/moto


Cabeza de hormiga

Es un nombre exótico para una moto, pero era el nombre con el que popularmente se la conocía. Investigué algo sobre eso, y oficialmente, parece ser que el Sr. Simeón Rabasa, nunca le puso ese nombre, pues recuerdo que en la documentación figuraba ... "modelo: 125 Súper", pero si querías hacerte entender sobre tu moto debías dar el nombre más conocido. Solo es necesario observar la moto para darse cuenta de dicho nombre, un faro carenado con la orquilla y el manillar saliendo de él como si de dos antenas se tratara; aparte de ello, la moto era muy robusta, de plancha de hierro en todos sus elementos, con un motor de 125 cc y calculo que unos 4 o 5 caballos, y tres marchas, en llano y a tope alcanzabas unos 80 Km/h, ... y frenabas como podías, pues los tambores de freno eran bastante reducidos. Pero me gustaba, por su aspecto estilizado y retro, por ser una moto de tamaño considerable, pero sobre todo por el aspecto que le daba aquel faro enorme y su bellísimo depósito en forma de lágrima, y para mis trece años, sus posibilidades eran más que suficientes para mí.



Pero vamos a la historia de cómo llegó a mis manos. En el verano de 1970, mis notas en el "Certificado de Estudios Primarios", con el que finalizaba la educación primaria, habían sido de lo mejor de mi colegio, (Serrano Súñer de Castellón), a mi hermano le habían comprado el verano anterior una hermosa bicicleta plegable BH por sus buenas notas, y en mi cabeza se formó la idea de que era mi momento. Sin decir nada a nadie empecé a deambular por los talleres que conocía en Segorbe, Germán y Castillo, dónde ya me conocían por mis visitas, me encantaba el ronroneo de las motos, el olor a gasolina y acariciarlas, eran entonces muy abundantes para el español de a pié; pero cuando preguntaba precios de las que tenían en venta de segunda mano, las oscilaciones entre 3.000 y 5.000 pesetas me parecían inalcanzables para la economía familiar, y astronómicas para mis ingresos fijos semanales de 25 pesetas. Un buen día, cansado de mis visitas, Paco, mecánico de Casa Castillo, marido de Julia Castillo, me preguntó:

-¿Pero tú quieres comprarte una moto? ¿tu padre lo sabe? ...

Le contesté que no, que primero debía tener algo que decirle. Sin mediar palabra me llevó con él a un enorme desguace que tenía en el huerto de atrás del taller, retiró un plástico que cubría la Derbi y me dijo que la vendía por 1.300 pesetas. Mi primera impresión fue de desconcierto, pues a la moto le faltaban muchas piezas, el carburador, el volante magnético, casi todos los cableados, la bobina de baja y la pipa de bujía, las manetas, la bombilla de faro, y además, su aspecto era descorazonador, muy oxidada y llena de desconchados. Pregunté:

-¡Pero esto es una ruina, y le faltan las piezas más importantes ...!

-Cierto, respondió Paco, ... pero aquí hay piezas de sobra para que encuentres las que faltan, y eso entra en el trato, las buscas y te las montas tú, y me comprometo a darte las indicaciones necesarias, es muy fácil.

No dijo más y subió al taller, dejándome frente a aquella reliquia de los años 50, ya anticuada en aquellos días.

Subí y le dije con decisión:

-¿ Mil pesetas ...?

-Vale, ... pero habla con tu padre, no quiero líos.

Y salí disparado para hablar con él; le expliqué con todo detalle la operación, se quedó pensativo y me dijo:

-Esta noche te contesto, déjame pensarlo bien.

Cuando llegó la noche, mi padre me llamó aparte, se puso serio y me dijo: (nunca lo olvidaré)

- Mira Javier, yo nunca te compraré una moto, pero ésta que quieres te la comprarás tú. Mañana a las ocho comienzas a trabajar en la obra (construcción) hasta que te ganes lo que vale; ya he hablado con tu tío Luis y está de acuerdo. Y otra cosa ... tu madre no debe saberlo, oficialmente la moto me la compraré yo, aunque seas tú el que la lleve.

Y así fue como pude comprar aquella moto y fuí consciente de lo tremendamente duro que era el trabajo en la construcción, y lo que les esperaba a mis compañeros (la mayoría) de clase que no iban a continuar con el Bachillerato. Con el dinero en la cartera de mi padre comencé buscar piezas para mi Derbi en aquel desguace hortícola, en donde frecuentemente me topaba con fauna de toda especie al mover las piezas y motos, pero poco a poco iban saliendo, pues la mayoría de piezas de las motos españolas de la época tenían elementos comunes a todas ellas y eran perfectamente intercambiables, platinos, bobinas, condensador y volantes Motoplat, carburadores dell'Orto de cuba lateral y chiclé de 16 o 18, manetas de baquelita que se rompían solo con mirarlas, y en apenas dos semanas, tuve todo listo, limpio y montado para que Paco hiciera en apenas media hora la puesta a punto, de encendido y carburación. Y arrancó la Derbi, y la llevé a casa, en donde me encontré con indiferencia total por parte de mis hermanas y hermano, y donde mi padre se apresuró a desmontarla casi en su totalidad para pintarla de un bonito color negro con detalles en rojo bermellón, sabía de mecánica (era un ex-motorista) y tenía una mano para pintar excelente.

Y así fue como comencé a rodar com mi primera moto, a hacer mis pinitos en mecánica, a recorrer mi pueblo de veraneo a más velocidad de la que debía, ... y claro, a tener mi primer accidente de consideración del cual aún luzco una bonita cicatriz en mi mentón, y que me recuerda cuando me afeito como entré como un vendaval en casa de Pilar la Hebra reventando la puerta de aluminio y dejando un charco de sangre en el pasillo de su casa mientras mis amigos me llevaban medio inconsciente a urgencias.

Con ella tuve mi primer nick motero, la "hormiga atómica", y me granjee fama de temerario y gamberro. Pero fue mi primera moto, y con ella aprendí más que con ninguna otra de las que he tenido, pues nunca se siente nada en la vida como la primera vez ...



Category: UNA MOTO UNA HISTORIA
Manetero forero de segunda clase
Mensajes: 403
Registrado: 02 Ago 2011, 17:58
Ubicación: Navarra
Avatar de Usuario
Manetero forero de segunda clase
Este es le foro http://zephyrspain.superforos.com/searc ... d=newposts" onclick="window.open(this.href);return false; y lo pone
rubalkjet

El Gran Pique

A principios de los 70 rondaba yo los 4O años, así­ que si sacas cuentas, podrás averiguar mi edad.
Si eres de los que piensan que la moto es patrimonio solo de veinteañeros, estás terriblemente equivocado, aunque también puede ser que algún dí­a una CBR 900 negra (Fire Blade, por supuesto) te mande un par de aceleradas en el oí­do, o que en algún bar al costado de la ruta repares en algún anciano de pelo muy largo y canoso que desde un rincón de la barra, enfundado en su Garibaldi blanco, parezca conversar con su Nolan y un café siempre muy largo, sin prestar aparente atención a la conversación de los demás.
A veces me verás sonreí­r, tal vez alguna fantaseada que el que estirado de turno está endilgando a sus colegas, o probablemente algún retazo del pasado que en aquel momento viene a buscarme. Si estás solo y buscas conversación, adelante, siempre estoy dispuesto a compartir un café (siempre muy largo) pero te advierto: soy peligroso, uno de los inconvenientes de mi edad es que los recuerdos y las anécdotas se agolpan en el archivo y pugnan como endemoniados por salir, así­ que cuando me tiran de la lengua o del procesador de textos, no se sabe nunca cómo va a acabar la cosa. Y es justamente lo que me está pasando en estos momentos.
Ah, si, estábamos a principios de los 70. Después de 3 noviazgos fracasados mi situación sentimental era de paro forzoso, no así­ en el plan laboral, pues el sueldecito de la fabrica me permití­a ir tirando, los amorí­os que sí­ me habí­an ido bien, desde que a los 14 años me desvirgó una Guzzi, la Aleu, dos Montesas y la Ossa actual. Ahora, rozando la cuarenta mi vida parecí­a estar a punto de dar un vuelco, acababa de conocer a Cuqui.
Cuqui era quince años menor que yo, hija de un empresario potente y con unas curvas espectaculares.
Solo habí­a un problema, Cuqui odiaba las motos, a lo que no le di importancia; un tipo como yo, que habí­a pasado mas horas con un depósito en" las piernas que con una almohada bajo la cabeza, sabrí­a valerme de la técnica y de los recursos necesarios para revertir ese odio en un incontrolable amor.
Así­ que a principios de aquel verano le propuse un pasar un hermoso dí­a en la playa, ella estuvo de acuerdo y le pareció adecuado el lugar. Claro que por entonces aún no existí­a la autopista, y para llegar allí­ habí­a que pasar por las cuestas de Garraf, excitante carretera y entrañable amiga que yo consideré adecuada para mis planes: abrir los ojos de Cuqui a las inexplicables sensaciones de un relajado viaje en motocicleta, saboreando el sol, espí­ritu motero y la elegancia de la brisa marina acariciándole la piel.
Al principio todo fue bien. Con una conducción distendida y cien por cien turí­stica empezarnos a enlazar los primeros tramos mientras mi pasajera iba ganando confianza poco a poco y empezaba a disfrutar del paisaje y la experiencia; sólo faltaba el violinista, querubines sembrando el asfalto de pétalos de rosa a nuestro paso y cupido enamorándonos con sus flechas impregnadas de amor. Nuestro crucero era de unos 40 por hora en plan dominguero, como se acostumbraba a circular por aquel entonces detrás de los coches.
Aquellos monstruos rompieron el hechizo de aquel remanso de paz y ternura, y nos devolvieron al planeta "tierra motorista", cuando pasaron rozándonos aproximadamente a la velocidad de la luz... Zum... Zummm... ZumZum ... Zuuumm ...
Eran 8 o 9 motocicletas en perfecta formación de fila india y tan pegadas la una a la otra que mas bien parecí­an una única moto con un montón de ruedas y moteros encima. Dos segundos después las vi perderse cuesta arriba en un increí­ble ballet sincronizado a la izquierda, aceleración, destello de piloto trasero, y giro a la derecha.
Noté un estremecimiento en las manos de Cuqui que apretaron con fuerza las costuras de mi chaqueta a la altura de los riñones. Volví­ mi rostro hacia ella sonriendo y seguí­ inmutable a nuestra velocidad de paseo; afortunadamente, al cabo de un rato noté que se relajaba otra vez.
Unos quince minutos después, a la salida una, curva volvimos a verlas, se habí­an detenido en una pequeña explanada a la derecha del asfalto y estaban contemplando la maravillosa vista que los acantilados y el mar les regalaban. Las matrí­culas de sus motos eran alemanas, y ellos también. Rubios, con cabellos lacios muy largos y barbas; solamente sus cascos eran ya un espectáculo, no se parecí­an nada a mi orinal de producción nacional, mas bien semejaban escafandras de astronautas, y las motos... Jamás habí­a visto un espectáculo semejante.
Sí­ habí­a oí­do hablar de las japonesas, o habí­a visto alguna fotografí­a, pero aquello... ruedas como de coche, carenados, semimanillares, frenos de disco y motores de 4 cilindros, increí­ble.
Aminoré aún un poco más la marcha para poder deleitarme un segundo más con aquella visión, pero la felicidad es efí­mera y las sobrepasé enseguida, así­ que después de echarles un último vistazo de admiración y envidia a través del retrovisor, los perdí­ definitivamente de vista.
Tras cinco minutos más de excursión, y justo al encarar una de las pocas rectas del Garraf, los vi crecer vertiginosamente por el espejo, lo primero que me chocó fue que todos llevaban las luces encendidas, detalle que antes no habí­a apreciado; lo segundo fue que en cuanto se me echó encima el primero, no me adelantó, sino que se quedó un momento pegadito a mí­ para rebasarme muy despacio mientras le echaba una ojeada a mi moto. El segundo hizo lo mismo, repasando de arriba abajo mi Ossa, mientras señalaba mi máquina y le hací­a un gesto con la cabeza al que iba tercero, los demás repitieron la operación a medida que me adelantaban, y yo me sentí­ como un imbécil sin saber si debí­a saludarles, fingir indiferencia o mirar también sus monturas, hasta que detrás de una escafandro de astronauta le tapa a uno la boca y algo la nariz, pero los ojos no, y cuando uno se rí­e, no lo hace sólo con los labios, no señor; los europeos con motos japonesas se rí­en con " la cara, y eso se nota por mucho casco integral que lleven, y aquel engreí­do, el último de la fila, se rió, no sé si de mí­ o de mi moto, pero se rió. Compréndelo, fue superior a mí­, no pude hacer nada para evitarlo. Además dio la casualidad de que aquella carretera era una vieja conocida de antiguas aventuras, dio la casualidad de que se me cruzaron los cables y dio la casualidad de que mi Ossa no era una Mike Andrews réplica de aquellas, sino una yankee 500, con motor 2 tiempos, twin paralelo, perdón, entonces se decí­a bicilí­ndrico vertical enfrentado al sentido de la marcha, y con más de 70 CV de los buenos.
Cuando todos los del grupo ya hubieron tenido la oportunidad de contemplarme como a un mono en una aula, teniendo la delicadeza, al menos, de no tirarme cacahuetes, hicieron bramar sus motores y desaparecieron al final de la recta.
Yo, invadido por la serenidad de las grandes ocasiones, me ajusté las galas que hasta entonces habí­a llevado sobre el clí­max, respiré hondo un par de veces, reduje tres marchas y le di al mango como un hombre.
Les juro que una de las cosas que más lamento en mi vida es no haber podido ver la cara del capullo aquel, cuando vio que se le echaba encima el chirimbolo con ruedas del que se habí­a reí­do un minuto antes, le quité el polvo del lateral izquierdo de su bonito carenado y en la misma operación, casi sin querer, decidí­ deshacerme también del que le precedí­a justo a la entrada de una curva en la que acababa de aparecer un 600 conducido por un caballero calvo al que los ojos le crecieron asombrosamente alcanzando en un segundo el tamaño de dos huevos duros, los dos siguientes fueron realmente fáciles, debo reconocerlo. No se habí­an enterado aún de qué iba la misa y aproveché el tramo recto para enseñarles, cuando pasé al otro, que ya se habí­a dado cuenta de la situación pero no pudo reaccionar, fue cuando empezó la fiesta de verdad, y los tres que iban delante de mí­, después de un instante de estupor, varios titubeos, se agacharon sobre el depósito y empezaron a retorcer las orejas de sus japonesas.
Pero resulta que en la casa Ossa, además de fabricar estupendos proyectores cinematográficos, también entendí­an algo de motos, así­ que no fue muy difí­cil chuparle rueda al siguiente, claro que adelantarle era otra cosa, los otros dos que quedaban delante nos iban tomando algo de distancia, así­ que no debí­a perder mucho tiempo con el que iba tercero, porque corrí­a el riesgo de perderlos, en esto estábamos cuando, ¡Oh! Dios existe: después de negociar una de derechos, nos encontramos una pequeña recta y, al final, una curva bien visible donde iban a cruzar el Renault Gordini al que deberí­amos adelantar y el auto que vení­a hacia nosotros. El alemán dudó una décima de segundo, no podrí­a pasar entre los dos vehí­culos, juntos.
Un instante antes ver iluminarse su luz de freno, yo ya habí­a reducido una marcha y enroscado el puño del acelerador, y después de dejarle atrás, seguramente planteándose cambiar su Suzuky por una Torrot 49, pasé entre el coche y el auto en pleno viraje creando el estilo que años después me copiarí­a descaradamente Ronaldo para colarse entre los defensores del Compostela; y sin detenerme a pensar qué opinión tendrí­an de mi mamá el chofer y el dominguero, me lancé a la caza de los dos últimos modelos trofeos.
Me costa mucho alcanzarles, los malditos iban deprisa, pero al final me puse a rueda. Iban separados unos 20 metros uno del otro, mejor. Después de varios minutos sin que ocurriera nada mas que no fuera la insólita y rápida reducción del tamaño de las estriberas y el cromado de los escapes, llegué a la mente bien en mi vida fue aquel exterior, ¡qué trazada!, ¡qué finura!, ¡qué aplomo y precisión! Dios mí­o si lo hubieras visto, arrasarí­a las votaciones para piloto del año, le sorprendí­ totalmente, pues no se esperaba que nadie tuviese pelotas de adelantar en plena curva ciego por el carril de la izquierda, bordeando además el acantilado de más de 50 metros de caí­da libre. Cuando le estaba pasando me pareció que el casco iba a salí­rsele de la cabeza, seguramente a causa de que se le pusieron sus largos pelos de punta, la boca se le abrió tanto que la mandí­bula le asomó por la parte inferior del integral, y sus ojos. ¡Oh, sí­!, en plena maniobra tuve la cortesí­a de mirarle a la cara, el tamaño de sus ojos dejaban en ridí­culo a los del pobre conductor de la 750.
Y ahí­ acabo todo. El que quedaba delante, simplemente se rindió. Lo habí­a visto todo por el retrovisor y seguramente decidió que el sol de España, las discotecas de Sitges y el cálido abrazo de mamá cuando volviera a su paí­s valí­an mas que la locura de seguir peleándose con el demente aquel y su extraño cachorro, que al parecer tení­a la costumbre de zamparse 8 ó 9 japonesas antes de desayunar.
Así­ que desenroscó cobarde y lastimosamente el mango y le dejé atrás seguramente meditando sobre los misterios insondables de la vida.
Seguí­ un par de kilómetros más en solitario, dejando que allí­ detrás los vencidos se reagruparan en su humillante derrota y preparé mentalmente la entrega de premios.
Me detuve mas adelante al costado del camino y me bajé con rapidez de la moto y apoyándome en el depósito de combustible con aire de despreocupación, adopté mi posición, fingiendo contemplar relajadamente el paisaje, como ellos habí­an hecho antes.
Fue entonces cuando reparé en ella, ¡¡Cuqui!!, me habí­a olvidado completamente que llevaba a mi posible novia como paquete. Estaba entumecida, tiesa como una chasis de doble viga de aluminio, blanca como el carenado de Cardús en los duros tiempos de crisis "sponsoril" y la mirada perdida en el infinito, sentada sobre la Yankee con los brazos doblados y las manos agarrotadas en actitud de agarrarse aún a mi chaqueta como si yo aún estuviese allí­.
Efectivamente, parecí­a que eso de las motos no era lo suyo.
Les oí­ llegar por la izquierda, decidí­ desentenderme un momento del problema y seguir con la pose de absoluta indiferencia, total serian un par de segundos necesario para que los vencidos se retiren, pero cuando aparecieron por la curva, redujeron la velocidad y se pararon todos ante mí­. Algunos se quitaron el casco y me miraron con una mezcla de respeto, admiración y perplejidad.
El silencio se podí­a cortar con un cuchillo. En un momento puede cambiar la historia de la humanidad, un pequeño detalle puede dar un giro a la vida de cualquiera o a su futuro, una nimiedad puede hundir al más magno y solemne triunfador en los más mí­seros de las ruinas: justo en aquel glorioso momento Cuqui me vomitó encima. Y no creas que fue una pequeñez, no, fue un verdadero chaparrón que me dejó paralizado y cubierto de arriba abajo por una espesa macedonia multicolor. Se hizo de nuevo un silencio sepulcral, la estupefacción se dibujó en las caras de los alemanes, y a mí­ no se me ocurrió otra cosa que sonreí­r estúpidamente. Aquello ya fue demasiado de pronto sonó una estruendoso carcajada a la que siguieron siete más y aquello se convirtió en un manicomio. ¿Has visto alguna vez a alguien con un auténtico genuino ataque de risa?, pues prueba imaginarte ocho a la vez; es contagioso e imparable, no se puede hacer nada para detenerlo y a mí­ también me dio cuando Cuqui, que afortunadamente no llevaba ningún hacha, me soltó un tremendo sopapo y su mano quedó pegada en mi mejilla.
En lugar de un enérgico ipaf! sonó un impresentable ichop! y, claro, no hizo el mismo efecto, desencadenando un agravamiento general del ataque de risa que provocó la huida de Cuqui, que se alejó, corriendo carretera arriba, agitando los brazos en alto y aullando como una sirena de una fábrica a la hora de salida.
Entonces, a uno de ellos le flaquearon las piernas por los espasmos de la risa y cayo con la moto como un saco de patatas, otro lloraba a carcajadas golpeando el deposito de su Kawasaki mientras un compañero, que soltaba como unos hipos entrecortados, les decí­a a los demás que se estaba desmayando, al tiempo que el que habí­a caí­do estaba revolcándose en el suelo en pleno ataque y otro pataleaba una señal de prohibido adelantar, entre sí­ncopes carcajeantes.
Así­ nos encontraron los de la Guardia Civil que, después de cinco minutos de intentos de averiguar qué rayos estaba pasando allí­ sin que nadie de los presentes les hiciera ningún caso ni viera capaz de otra cosa que contenerse el estómago, y respirar de vez en cuando.
Jamás volví­ a ver a Cuqui, se irí­a en auto a su casa, yo qué sé, los alemanes y yo acabamos con un porcentaje bastante elevado de las existencias cerveceros de Sitges, y anduvimos todo el verano juntos, intercambiando monturas y descubriendo parajes insólitos de nuestras carreteras costeras.
Han pasado casi treinta años y nos seguimos viendo, dos veces por temporada, una en el G.P. de aquí­ y la otra es Elefantentrefí­en, adonde, por supuesto, acudo con la mí­tica Ossa Yankee 500 que aún conservo y que allí­ es venerada por nueve ancianos decrépitos que, sentados sobre la nieve y al abrigo del un fuego, brindan por ella, y a los que en el momento mas insospechado, y para alarma de sus coronarí­as, hernias y artritis, les sobreviene un ataque de risa sin que nadie entienda porqué.
Cosas de viejos.-
_________________
Responder

Volver a “Pensamientos sueltos y otras cosas...”

Información

Usuarios navegando por este Foro: No hay usuarios registrados visitando el Foro y 1 invitado