Pereza
Publicado: 13 Nov 2014, 11:35
En cierto modo relacionado con mi anterior reflexión y con un hilo abierto por Ventura sobre motos para mayores, he rescatado algo que escribí el otro día.
Pereza.
No sé si será el tiempo climatológico o el otro, ese que te apacigua, pero últimamente me veo sometido por una pereza extraña en cuanto a motos se refiere. Si le pregunto a mi gato, entre siesta y siesta me dice que no me preocupe por lo que es normal, pero claro: él es un felino y no quiere ponerse en el punto de vista de los otros. Mi hija está ocupada con las cosas que ocupan a las hijas que rondan la treintena y que misteriosamente no son las que me preocupaban a mí, por lo que hace como el gato y no se pone en la posición de los demás aunque, eso sí, no parece dormir tanto. El perro está ocupado cotilleando desde la puerta de la cocina o avisando al resto de congéneres del vecindario de que está allí, y tampoco parece querer ponerse en mi situación, lo que si me paro a meditarlo un poco puede ser porque aunque todos ellos entienden de pereza, ninguno muestra interés por las motos. Y puesto que eso es aplicable a mi mujer, a ella ni siquiera le pregunto, por el riesgo de que opine que lo mejor es venderlas todas y reformar los baños. Y, creedme, después de cuarenta y cinco años montando en moto sé que éstas dan más satisfacciones que aquéllos, dónde va a parar.
Pues eso, que tengo pereza. Cuando leo en foros y revistas la presentación de alguna moto de rabiosa actualidad solo consigo notar que la inmensa mayoría me parecen feas. Pero no un poco feas, no, me parecen feas de co jo nes, y no puedo comprender que si un fabricante saca una moto fea de co jo nes los demás la copien inmediatamente. Alguien dice siempre que esto son cosas subjetivas y puede que sea cierto, lo cual no consigue que sean más bonitas. Subjetivo o no, son feas de co jo nes.
De modo que si pienso en vender varias motos para comprar una que me guste y además me parece una buena opción, busco y no encuentro. Yo quiero una moto ligera, de no más de ciento cuarenta quilos y no más de cien caballos ni menos de ochenta, con buen carenado, manillar alto y tremendo par motor, que me lleve sin estridencias a cualquier sitio y no me haga morir de inanición si se me cae un día en una carretera secundaria y por no poder levantarla me quede allí para los restos; que no tenga unos neumáticos enormes sino suficientes, ni un sistema de suspensiones que solo puede regular un físico nuclear, ni con tanta electrónica que se te funde un fusible y te quedes tirado y que no aúlle como mi suegra las noches de luna llena. Bueno, pues resulta que no existe tal cosa. Pero no solo eso: resulta que no ha existido nunca ni va a existir, si tenemos en cuenta que la tecnología ha decidido que una moto de campo debe pesar más de doscientos quilos, que las de viajar más de trescientos y que las que pesan poco están diseñadas para contorsionistas de edades a las que yo sobrepasé tiempo ha.
Luego está lo de salir por ahí. Poco a poco te vas dando cuenta de que sales con amigos y que la proporción entre el tiempo de moto y el de almuerzo se va invirtiendo poco a poco, pasando de un juvenil 70-30 a un maduro 30-70 y que barruntas que al final solo será un medio para poner tierra de por medio y que ni tu mujer ni tu médico tengan ocasión de verte de improviso tomándote un vino o algo con colesterol o grasa y te llenen el cogote de collejas sin ningún tipo de misericordia. Además, si hace mucho frío te lo piensas más que antes; empiezas a pensar más en la vuelta que en la ida; el culo se ha vuelto gruñón como tú; los amigos lejanos siempre están ocupados; la improvisación se te escapa casi siempre…
Y esto es, aunque no todo, lo que me da pereza. ¿Hay remedio? Por supuesto que sí. No pienso cambiar mis motos por unos baños elegantes; si acaso vender varias para creer que puedo encontrar lo que busco o terminar de restaurar dos o tres que tengo pendientes y que me darán nuevas ilusiones, montar más a menudo aunque sea solo (algo que me encanta hacer de cuando en cuando), volver a viajar que no desplazarme… hay muchas cosas maravillosas en las motos y en lo que representan y traen de la mano, muchas, y a ellas es a las que tengo que encaminarme.
Y sobre todo, seguir siendo consciente de que si mi DNI dice que tengo cincuenta y tantos es solo porque la ley es así, porque yo sigo, como hace ya tanto, con mis menos de treinta y muchos quilómetros esperando que los disfrute, sabiendo que mis amigos son compañeros incondicionales, que mi maravillosa mujer nunca consentirá cambiar mis motos por los baños, que puedo reparar alguna pequeña avería en mi taller mientras escucho a Bad Company, que sigo adaptándome a cualquier tipo de moto menos a las feas, y en general que tengo una ganas de vivir y de rodar que harán que mi pereza no pase de ser una mera anécdota, una más de las muchas que acumulo y con las que seguiré aburriendo a quien se me ponga por delante.
Y agradecer que aunque últimamente me prodigo poco por aquí, cada vez que lo hago me siento como si lo hiciese continuamente, y eso sí que me quita la pereza.
Pereza.
No sé si será el tiempo climatológico o el otro, ese que te apacigua, pero últimamente me veo sometido por una pereza extraña en cuanto a motos se refiere. Si le pregunto a mi gato, entre siesta y siesta me dice que no me preocupe por lo que es normal, pero claro: él es un felino y no quiere ponerse en el punto de vista de los otros. Mi hija está ocupada con las cosas que ocupan a las hijas que rondan la treintena y que misteriosamente no son las que me preocupaban a mí, por lo que hace como el gato y no se pone en la posición de los demás aunque, eso sí, no parece dormir tanto. El perro está ocupado cotilleando desde la puerta de la cocina o avisando al resto de congéneres del vecindario de que está allí, y tampoco parece querer ponerse en mi situación, lo que si me paro a meditarlo un poco puede ser porque aunque todos ellos entienden de pereza, ninguno muestra interés por las motos. Y puesto que eso es aplicable a mi mujer, a ella ni siquiera le pregunto, por el riesgo de que opine que lo mejor es venderlas todas y reformar los baños. Y, creedme, después de cuarenta y cinco años montando en moto sé que éstas dan más satisfacciones que aquéllos, dónde va a parar.
Pues eso, que tengo pereza. Cuando leo en foros y revistas la presentación de alguna moto de rabiosa actualidad solo consigo notar que la inmensa mayoría me parecen feas. Pero no un poco feas, no, me parecen feas de co jo nes, y no puedo comprender que si un fabricante saca una moto fea de co jo nes los demás la copien inmediatamente. Alguien dice siempre que esto son cosas subjetivas y puede que sea cierto, lo cual no consigue que sean más bonitas. Subjetivo o no, son feas de co jo nes.
De modo que si pienso en vender varias motos para comprar una que me guste y además me parece una buena opción, busco y no encuentro. Yo quiero una moto ligera, de no más de ciento cuarenta quilos y no más de cien caballos ni menos de ochenta, con buen carenado, manillar alto y tremendo par motor, que me lleve sin estridencias a cualquier sitio y no me haga morir de inanición si se me cae un día en una carretera secundaria y por no poder levantarla me quede allí para los restos; que no tenga unos neumáticos enormes sino suficientes, ni un sistema de suspensiones que solo puede regular un físico nuclear, ni con tanta electrónica que se te funde un fusible y te quedes tirado y que no aúlle como mi suegra las noches de luna llena. Bueno, pues resulta que no existe tal cosa. Pero no solo eso: resulta que no ha existido nunca ni va a existir, si tenemos en cuenta que la tecnología ha decidido que una moto de campo debe pesar más de doscientos quilos, que las de viajar más de trescientos y que las que pesan poco están diseñadas para contorsionistas de edades a las que yo sobrepasé tiempo ha.
Luego está lo de salir por ahí. Poco a poco te vas dando cuenta de que sales con amigos y que la proporción entre el tiempo de moto y el de almuerzo se va invirtiendo poco a poco, pasando de un juvenil 70-30 a un maduro 30-70 y que barruntas que al final solo será un medio para poner tierra de por medio y que ni tu mujer ni tu médico tengan ocasión de verte de improviso tomándote un vino o algo con colesterol o grasa y te llenen el cogote de collejas sin ningún tipo de misericordia. Además, si hace mucho frío te lo piensas más que antes; empiezas a pensar más en la vuelta que en la ida; el culo se ha vuelto gruñón como tú; los amigos lejanos siempre están ocupados; la improvisación se te escapa casi siempre…
Y esto es, aunque no todo, lo que me da pereza. ¿Hay remedio? Por supuesto que sí. No pienso cambiar mis motos por unos baños elegantes; si acaso vender varias para creer que puedo encontrar lo que busco o terminar de restaurar dos o tres que tengo pendientes y que me darán nuevas ilusiones, montar más a menudo aunque sea solo (algo que me encanta hacer de cuando en cuando), volver a viajar que no desplazarme… hay muchas cosas maravillosas en las motos y en lo que representan y traen de la mano, muchas, y a ellas es a las que tengo que encaminarme.
Y sobre todo, seguir siendo consciente de que si mi DNI dice que tengo cincuenta y tantos es solo porque la ley es así, porque yo sigo, como hace ya tanto, con mis menos de treinta y muchos quilómetros esperando que los disfrute, sabiendo que mis amigos son compañeros incondicionales, que mi maravillosa mujer nunca consentirá cambiar mis motos por los baños, que puedo reparar alguna pequeña avería en mi taller mientras escucho a Bad Company, que sigo adaptándome a cualquier tipo de moto menos a las feas, y en general que tengo una ganas de vivir y de rodar que harán que mi pereza no pase de ser una mera anécdota, una más de las muchas que acumulo y con las que seguiré aburriendo a quien se me ponga por delante.
Y agradecer que aunque últimamente me prodigo poco por aquí, cada vez que lo hago me siento como si lo hiciese continuamente, y eso sí que me quita la pereza.