De fatigas y arcenes
Publicado: 04 Nov 2014, 10:43
Es martes y es pronto. Suena música de Einaudi, una recomendación de una antigua amiga que de cuando en cuando, y en silencio, engrasa un poquito mi rueda para que yo gire libre.
Llevo cuarenta y cinco años montando en moto y todos se me han pasado deprisa, de modo que cuando miro hacia atrás en ocasiones no soy capaz de ver el principio de ese camino aunque hay días en que las nieblas se van y estoy de nuevo sobre esa Ducati Mini Marcelino de un amigo ya desaparecido intentando hacerme con lo del embrague; tengo diez años y es difícil, pero las ganas son tantas que cuando vuelvo a casa intento construir un manillar de cartulina con el que practicar el movimiento de la mano al accionar el embrague e introducir una velocidad… ganas de mejorar en algo nuevo y no prioritario, cualquiera le dice a mi padre que quiero una moto.
Y así, año tras año, las motos fueron metiéndoseme dentro hasta formar parte de mí, y tan íntimamente que ya no puedo separar la carne del metal ni el alma del sonido, el olor o las sensaciones, pese a que éstas hayan cambiado con el paso del tiempo. Al principio la moto era un instrumento de diversión y desplazamiento: te llevaba de un lado a otro y te hacía querer mirar hacia un límite que esperabas no encontrar pero al que no temías. Luego descubres que se puede aprender, que hay técnica y mecánica, que se pueden hacer las cosas mejor. En la universidad aprendes lo que se supone te servirá para que luego la Vida te demuestre que no era para tanto, y tu moto te sigue llevando con ese neumático desgastado por falta de presupuesto y que consigue que el suelo de la cuidad te insista en cambiarlo cada vez que llueve, pero tú recuperas el espíritu aventurero y lo aguantas un poco más sabiendo que los sustos también son clases y creyendo que ser joven es seguro.
Luego viene el trabajo y la familia, la primera mujer y la hija, y las motos quedan en un segundo plano hasta que llaman de nuevo y descubres con asombro que es como si los años hubiesen pasado de refilón sin afectarte lo más mínimo pese a que tu moto no es de adolescente ni estudiante: es algo más y prácticamente solo ya para divertirte con ella, y para aprender un poco más y creer que como ya no eres tan joven quizás todo no sea tan seguro.
Y ahora miro mis motos y las muevo mientras ya no me importa que me adelanten aunque busco carreteras con muchas curvas y poca gente, y de nuevo el tiempo discurre entre salidas de fin de semana y almuerzos con amigos cada vez con menos pelo pero con las ganas intactas.
Y un día, mientras maldices la tendinitis del codo derecho porque llevas una moto antigua y exigente que te castiga, o una moderna que tortura después de un rato tu rodilla, esa misma que jorobaste haciendo el bestia tanto tiempo, te paras en el primer sitio a ver si estirándote se te pasa, pero no lo hace, algo que temías y no querías reconocer.
Tu mujer cuando se lo cuentas piensa que debes asumir que por achaques o lo que sea ya no puedes con cierto tipo de motos, y que debes buscarte algo más conservador, que vendas varias y te quedes con lo más fácil, y que te compres una de esas con maletas que se llevan fácilmente y no cansan. ¿Y cómo le explicas que lo que a ti te gusta es otra cosa? ¿Que su propuesta es lógica pero que en esto la lógica no existe? ¿Que las motos son pura pasión y las maletas y los grandes carenados están bien pero no calman todos tus fuegos? Y entonces valoras que llegará un día en que ya no podrás y te desharás de tus amigas de metal y alma para que alguien las disfrute y las mueva devorando rutas y risas.
Por supuesto que voy a pelear. Haré rehabilitación, y el médico me ha dicho que cabe la posibilidad de infiltrarme… voy a intentarlo todo, pero sé que al final será una batalla perdida y que tarde o pronto me veré fuera de la adrenalina que ahora me dosifico en la medida que considero justa, pero conservaré por un tiempo los amigos sin pelo y los almuerzos sin alcohol, solo que en la mesa del bar ya no habrá cascos porque estarán todos en las maletas de nuestras monturas, cubiertos del polvo de batallas pasadas.
Y mientras tanto, exprimiré las mañanas de otoño, las tapas, las charlas, los puertos ya amigos, mirando siempre hacia delante al salir de las curvas, dejando el arcén fuera de mi visión.
Llevo cuarenta y cinco años montando en moto y todos se me han pasado deprisa, de modo que cuando miro hacia atrás en ocasiones no soy capaz de ver el principio de ese camino aunque hay días en que las nieblas se van y estoy de nuevo sobre esa Ducati Mini Marcelino de un amigo ya desaparecido intentando hacerme con lo del embrague; tengo diez años y es difícil, pero las ganas son tantas que cuando vuelvo a casa intento construir un manillar de cartulina con el que practicar el movimiento de la mano al accionar el embrague e introducir una velocidad… ganas de mejorar en algo nuevo y no prioritario, cualquiera le dice a mi padre que quiero una moto.
Y así, año tras año, las motos fueron metiéndoseme dentro hasta formar parte de mí, y tan íntimamente que ya no puedo separar la carne del metal ni el alma del sonido, el olor o las sensaciones, pese a que éstas hayan cambiado con el paso del tiempo. Al principio la moto era un instrumento de diversión y desplazamiento: te llevaba de un lado a otro y te hacía querer mirar hacia un límite que esperabas no encontrar pero al que no temías. Luego descubres que se puede aprender, que hay técnica y mecánica, que se pueden hacer las cosas mejor. En la universidad aprendes lo que se supone te servirá para que luego la Vida te demuestre que no era para tanto, y tu moto te sigue llevando con ese neumático desgastado por falta de presupuesto y que consigue que el suelo de la cuidad te insista en cambiarlo cada vez que llueve, pero tú recuperas el espíritu aventurero y lo aguantas un poco más sabiendo que los sustos también son clases y creyendo que ser joven es seguro.
Luego viene el trabajo y la familia, la primera mujer y la hija, y las motos quedan en un segundo plano hasta que llaman de nuevo y descubres con asombro que es como si los años hubiesen pasado de refilón sin afectarte lo más mínimo pese a que tu moto no es de adolescente ni estudiante: es algo más y prácticamente solo ya para divertirte con ella, y para aprender un poco más y creer que como ya no eres tan joven quizás todo no sea tan seguro.
Y ahora miro mis motos y las muevo mientras ya no me importa que me adelanten aunque busco carreteras con muchas curvas y poca gente, y de nuevo el tiempo discurre entre salidas de fin de semana y almuerzos con amigos cada vez con menos pelo pero con las ganas intactas.
Y un día, mientras maldices la tendinitis del codo derecho porque llevas una moto antigua y exigente que te castiga, o una moderna que tortura después de un rato tu rodilla, esa misma que jorobaste haciendo el bestia tanto tiempo, te paras en el primer sitio a ver si estirándote se te pasa, pero no lo hace, algo que temías y no querías reconocer.
Tu mujer cuando se lo cuentas piensa que debes asumir que por achaques o lo que sea ya no puedes con cierto tipo de motos, y que debes buscarte algo más conservador, que vendas varias y te quedes con lo más fácil, y que te compres una de esas con maletas que se llevan fácilmente y no cansan. ¿Y cómo le explicas que lo que a ti te gusta es otra cosa? ¿Que su propuesta es lógica pero que en esto la lógica no existe? ¿Que las motos son pura pasión y las maletas y los grandes carenados están bien pero no calman todos tus fuegos? Y entonces valoras que llegará un día en que ya no podrás y te desharás de tus amigas de metal y alma para que alguien las disfrute y las mueva devorando rutas y risas.
Por supuesto que voy a pelear. Haré rehabilitación, y el médico me ha dicho que cabe la posibilidad de infiltrarme… voy a intentarlo todo, pero sé que al final será una batalla perdida y que tarde o pronto me veré fuera de la adrenalina que ahora me dosifico en la medida que considero justa, pero conservaré por un tiempo los amigos sin pelo y los almuerzos sin alcohol, solo que en la mesa del bar ya no habrá cascos porque estarán todos en las maletas de nuestras monturas, cubiertos del polvo de batallas pasadas.
Y mientras tanto, exprimiré las mañanas de otoño, las tapas, las charlas, los puertos ya amigos, mirando siempre hacia delante al salir de las curvas, dejando el arcén fuera de mi visión.